sábado, 17 de abril de 2010

Comentarios Inútiles X (Escritos directamente en la caja de texto)


1. Cuando por primera vez dormí en cucharita con una mujer me hice una pregunta que aún hoy no logro responder: ¿Qué carajo hago con el otro brazo? Teniendo en cuenta que cuando duermo acompañado tiendo a ocupar el lado derecho de la cama, giro sobre el costado izquierdo de mi cuerpo y atraigo hacia mí a mi compañera quien a su vez ha girado también sobre su costado izquierdo, dándome la espalda; deslizo sobre ella mi brazo derecho (para acomodarlo junto a su pecho o entre sus piernas), entrelazo con sus pies con loz míos y regresa la pregunta de toda la vida: ¿Qué carajo hago con el brazo izquierdo? Una opción es deslizarlo por el espacio que queda entre su cuello y la almohada, haciendo que el brazo quede estirado hasta alcanzar casi el otro extremo de la cama. Otra opción es deslizarlo bajo mi almohada o bajo mi propia cabeza. Una última opción es meterlo entre mi pecho y su espalda, lo cual en cierta medida arruina la magia de la cucharita (la cucharita se me perdió), pero es un poco más cómodo en la medida que evita uno el mayor peligro de las otras dos posiciones: las parestesias, o el síndrome del brazo izquierdo dormido.
2. Hace un par de años estaba completamente seguro de no querer ser padre. Claro, el mundo patas arriba, la contaminación ambiental, el efecto invernadero, las drogas sintéticas, las profesías mayas, los gobiernos perversos, la pobreza que parecemos no poder erradicar, la ignorancia, mis vacíos espirituales, la pésima información genética que podría transmitir. ¿Cómo va uno a querer traer hijos a un mundo como éste? Sí, uno hasta consigue la plata para criarlos, ¿pero cómo carajo se les enseña la diferencia entre el bien y el mal, cómo se les inculca admiración por el trabajo, cómo se les enseña a ser correctos, a ser justos con los demás, cómo se les enseña a ser buenas personas? ¿Cómo voy yo a darle ejemplo a otra persona si soy un mar de contradicciones, un caos de 55 kilogramos y 28 años de edad? Bueno, parece que ahora he cambiado de opinión. Si encuentro una madre adecuada, quisiera tener una hija. O dos.
3. ¡Oh, Dios mío! ¿Y por qué una hija y no un hijo? Bueno, la lógica es simple. Los hombres básicos disfrutan de las cosas básicas. Quieren una mujer (¿sólo una?) que no les dé problemas. Quieren un trabajo fácil con el que ganen mucho dinero. Les gusta el fútbol. Les gustan los carros y las motocicletas. Los hombres básicos quisieran tener un hijo y enseñarle a ser básico. A amar el fútbol, los carros y las motocicletas. A mí el fútbol no me enloquece. Puedo perderme cualquier partido sin remordimiento. En cuestiones de vehículos automotores me da lo mismo una Vespa que una moto de sicario y los carros me atraen por bonitos: No sé cuál será el cilindraje de un Mini Cooper, no sé qué capacidad tiene el tanque de un Mazda 2 o cuál es el precio en Colombia de un New Beetle. Yo no soy un hombre básico y por eso quiero tener una hija. Porque me gustan las mujeres y sus complicaciones, me encantó peinar a mis hermanas menores, jugar a las muñecas con mi tía Ana y mi prima Isabel, me fascinó escuchar los secretos de mis compañeras de universidad, me siento bien en el papel de paño de lágrimas de mis amigas actuales. La mujer es un misterio hermoso, profundo e inexplorado como el mar. Los hombres básicos son muy básicos. Y si tengo un hijo (¡pobrecito!) va a ser de todo, menos básico.
4. Ahora bien. El fútbol no me enloquece pero el mundial de fútbol sí nos paraliza. Y digo nos paraliza porque a mis compañeros de banda y a mí nos encanta el mundial de la FIFA. Hace cuatro años el apartamento de Chapinero se convirtió en un depósito de Pizza Rayven, platos sucios, cerveza y un televisor encendido durante un mes completico. Ya compramos el álbum de Panini y espero que este año la gloriosa selección de Fútbol de Argentina me dé otra vez la emoción que me dio cuando yo era un chiquillo y vi mi primer mundial de fútbol: El de México en 1986. ¡Aguante Argentina! ¡Aguante!
5. Mi gato Goliat es tan grande que cuando ronca me despierta.
6. Cuando me hice fanático de The Beatles, en 1995, seguí el camino obvio de cualquier iniciado y escogí como héroe al difunto John Lennon. Los años han pasado y cambiaría los cuadros de Lennon que tengo en mi apartamento por uno bien bonito de George Harrison. Conociendo ahora la discografía de los Fab Four por separado, creo que mi Beatle favorito es The Quiet One. La forma en que toca la guitarra, su aparente timidez, sus ojos de tipo inteligente opacado por el genio arrollador de la dupla Lennon/McCartney, sus búsquedas espirituales; todo ello me ha hecho un devoto de Harrison. Quisiera ir al cielo y encontrármelo sentado sobre la nube número nueve al lado de Vishnú, fumarnos un cigarrillo y tratar de hacerlo hablar. Contarle que lloré mucho el día de su muerte, que All Things Must Pass me parece una de las más grandes obras de rock, que para mí Something es la mejor canción de amor jamás escrita, que creo como él que el amor es desinterés. Que la idea es dar lo mejor de uno y guardarse lo peorcito. Que llevo tres días escuchando Cloud Nine y pensando que la letra de esa canción es una maldita genialidad.


Cloud Nine - George Harrison

Have my love
It fits you like a glove
Join my dream, tell me yes
Bail out should there be a mess
The pieces you don't need are mine

Take my time
I'll show you cloud nine
Take my smile and my heart
They were yours from the start
The pieces to omit are mine

Have my love
Use it while it does you good
Share my highs but the times
That it hurts pay no mind
The pieces you don't need are mine

I'll see you there on cloud nine

Take my hope
Maybe even share a joke
If there's good to be shown
You may make it all your own
And if you want to quit that's fine
While you're out looking for cloud nine

sábado, 3 de abril de 2010

Comentarios Inútiles IX


1. No sé cuántas canciones he dedicado en la vida o a cuántas mujeres. Serán muchas las canciones y no tantas las mujeres, pero sí tengo la plena certeza de que son muchas menos las canciones que me han dedicado. A través de las canciones me han dicho que fui un error, que qué lástima habernos encontrado, que la vida era mejor antes de mí, que no existo. Hay una sola canción que me recuerda que alguna vez cumplí con una de las tareas más hermosas y difíciles que se le pueden ser encomendadas a un hombre: Hacer feliz a una mujer. No sabía que esta canción tenía un videoclip.

2. Y es que hacer feliz a una mujer no es cosa de darle todo lo que quiera, de darle todos los regalos que pida o llevarle todos los caprichos. Hacer feliz a una mujer no es cuestión de tratarla bien o de tratarla mal, no es cuestión de dinero o de seguridad, no es cuestión de caricias o de golpes (hay mujeres así). Creo firmemente a mis 28 años, cuando no sé qué se requiere para hacer feliz a una mujer, que lo importante es leerlas con paciencia, desenmarañar sus ideas, sacarlas del laberinto y servirles de apoyo. La cabeza de la mujer sigue siendo un misterio para mí. Estoy un poco cansado de revolotear, quisiera volver a hacer feliz a una mujer y encontrar mi felicidad a su lado.
3. ¡Flashback: Me encontré una copia digital de un diario que solía llevar hace años! Me gustó esta entrada: Septiembre 1 de 2004. Miércoles. 11:55 p.m. José Miguel Sánchez, de Los 40 Principales, dice que la música de Gatoblanco se parece a Moenia. Juan Carlos Unda, de La Patria, dice que yo canto como Camilo Sesto. Carlos García (mi amigo y ahora periodista de El Noticiero, de EPM TV) dice que tenemos elementos de trip hop. A mucha gente en Manizales le gustó “Vienes Bien”. Tanto, que después de 1 mes en rotación esta noche ocupamos el primer lugar en el top 10 de Los 40 Principales. Aquí en Bogotá son pocos los que saben de nosotros. Pero en Manizales estamos en el puesto número uno, por encima de Juanes y Don Omar (Juanes, admirable… Don Omar, imperdonable). Por encima del reggaetón. Por encima de tantas otras cosas. Es bonito eso. A la gente le gusta la canción y la gran mayoría ni siquiera sabe quiénes somos. Estoy seguro que mañana Juanes se va a trepar al primer lugar y nuestra canción va a empezar a descender. Bueno, qué más da. El video ya casi está listo… tenemos que hacernos a un nombre. Las disqueras no se interesan en nosotros. Pero esta noche, en la emisora con más audiencia en mi ciudad natal, tenemos el número uno. Y eso es bonito.
4. Flashback número dos y dejemos ya el diario quieto (así fue como nació Una Mentira): Octubre 5 de 2005. 11:25 a.m. No quería levantarme hoy de la cama. No sé si a los demás les pasa, pero hay un estado del sueño en que uno no quiere despertarse porque sabe que lo que va a encontrar cuando lo haga es más triste que lo que está soñando. Anoche soñé con ella, como nunca antes la había soñado; como nunca en aquel tiempo llegué a soñarla. Estábamos juntos de nuevo, hacíamos las cosas que haríamos si hoy estuviéramos juntos: íbamos a cine, íbamos a un parque, charlábamos. Me despertaba a su lado y veía su piel amarillenta brillando bajo las sábanas; nos despertábamos y empezábamos a besarnos como si fuera un ejercicio en el que ya estuviéramos curtidos. Hacíamos el amor y yo estaba a punto de llorar. Nos abrazábamos… ella prendía un cigarrillo… hablábamos de la fantasía que era estar juntos, de qué habría sido de nosotros si la historia hubiera sido otra. Le conté que amaba a otra mujer, me dijo que era entendible, que las circunstancias así lo ameritaban, le dije que era justo, que cuando había sucedido ella ya se había ido para siempre. Ya estaba muerta. Y al escuchar mis palabras no pudo ocultar su nostalgia. Pensé que no era normal soñarla a la edad de 24, así que asumí que por siempre tendría 16, aunque estuviera desnuda a mi lado, aunque viviera conmigo, aunque fumara, tendría siempre 16. Y la tristeza se le notaba en la cara. Cuando el sol empezó a entrar por la ventana de mi cuarto ella me llamaba desde el otro lado, desde la redondez de sus senos (que no conocí), desde una vida más cálida me pidió que no despertara. Y yo lo intenté pero mi esfuerzo fue inútil. De nuevo no logré despedirme. Y sentí unas ganas enormes de llorar en mi cama pero las lágrimas no salieron, y me de nuevo tuve 24 y ella se quedó de 16, desnuda, fumándose un cigarrillo al otro lado de la noche. No sé cómo… pero tengo que hablarle de nuevo, decirle todo lo que estoy sintiendo, todo lo que me ha pasado últimamente, contarle de las ganas inmensas de verla, de fumarme un cigarrillo con ella y ver de nuevo “The Nightmare Before Christmas”; de despedirme para siempre y dejarla tranquila, o de tener de nuevo 16 y despertar (como nunca lo hice) al lado de ella.
5. La última vez que amé el verso fue en aquella ocasión en que recité la Casida de la Mujer Tendida de Federico García Lorca. Fue un momento sublime, la verdad sea dicha y jamás he vuelto a recitar nada a nadie. Pero ahora odio el verso. Odio el verso reforzado, la rima consonante, las palabras acomodadas en función estructural por encima de la función estética a lo Ricardo Arjona. Durante años adolescentes creí que iba a ser un poeta, llegando incluso a escribir sonetos que hoy en día me avergüenzan. Y los conservo precisamente por eso, porque odio el verso y necesito que esa tortura endecasílaba me lo recuerde. ¿No es acaso paradójico que odie el verso cuando tengo que escribir canciones? No. En absoluto. Lo que odio del verso es la rigidez y me gusta escribir canciones que fluyan. Será tal vez por eso que siempre escribo las letras al final, porque es la letra la que debe obedecer a la lógica de la música y no al contrario. Algún día probaré el ejercicio contrario, pero no creo que sea hoy. Porque hoy odio el verso y lo hago sin esfuerzo. Porque leo poesía y la tripa se me enfría. Porque oír en radio a Arjona simplemente me encojona.
6. Y ya para despedirme de una entrada que atiende más a la necesidad de escribir que al hecho de tener algo que decir, les dejo una prosa poética sobre el tema de discusión de estos días con mis amigos más cercanos. ¡He ahí la musicalidad! ¡Y no es producto del verso! Increíble que un hombre de 74 años viera el amor de esa manera.

El Amenazado – Jorge Luis Borges (El Oro de los Tigres – 1972)

Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir. Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz. La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única. ¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras, la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó, el áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas, la serena amistad, las galerías de la Biblioteca, las cosas comunes, los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?
Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo. Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por las ventanas, pero la sombra no ha traído la paz.
Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo. Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles. Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar. Ya los ejércitos me cercan, las hordas. (Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)
El nombre de una mujer me delata. Me duele una mujer en todo el cuerpo.