jueves, 22 de agosto de 2013

Un edificio en la séptima con 66


Las primeras personas con las que desarrollé un vínculo amistoso en Bogotá fueron cuatro caleñas que estudiaban en la Javeriana y compartían un apartamento en un edificio en la séptima con 66. Ellas se salían de mi círculo social (no tenían nada que ver con los amigos que dejé en Manizales o con los amigos manizaleños que vivían en Bogotá), pero de manera desinteresada tuvieron la amabilidad de invitarme a su casa, de cocinar para mí, de compartir conmigo sus muebles viejos y su vino de caja.
En la sala de ese cuarto piso hablé sobre literatura, sobre teología, sobre música, sobre el sentido aparente de la vida; aprendí algunas palabras en alemán (que olvidé a la vuelta de unos meses), tomé vino, comí pasta, fumé marihuana y me reí con la confianza y la familiaridad que no esperaba desarrollar en tan poco tiempo con un grupo de desconocidos. 
Hace una semana pasé en un taxi por la carrera séptima con calle 66 y vi que demolieron el edificio. No sé qué pasó con las que en aquel entonces fueron mis cuatro amigas caleñas y si algo logra describir el sentimiento que me genera Bogotá en la actualidad es la palabra agotamiento. Estoy cansado.
Me imagino que ahora construirán un edificio más alto, donde cabrán más universitarios, que también hablarán sobre música, sobre literatura y sobre el sentido de la vida, esa vida cíclica que a la vuelta de unos años tumbará de nuevo ese edificio y llevará a nuevos adultos a preguntarse qué será de la vida de aquellos que una vez fueron sus amigos y tuvieron la amabilidad de abrirles las puertas de su casa. 

domingo, 18 de agosto de 2013

Comentarios Inútiles 37

1. En la puerta trasera del Carulla del Parkway suele ubicarse una mujer a vender bolsas para la basura. Es una negra dulce de voz suave y trato cariñoso con sus clientes. Tiene unas trenzas menudas bien cuidadas y cuando le hago alguna compra siempre se despide con un "gracias, mi corazón". Supongo que me entró la nostalgia del barrio ahora que estoy preparando todo para irme de La Soledad.
2. Conocí este barrio hace más de 10 años, cuando estudiaba inglés en un instituto del que luego me convertí en profesor. Me cansaba un poco el ruido de Chapinero y caminar por las calles de La Soledad en las noches me daba un poquito de paz, me recordaba a Chipre después de las 10 u 11 de la noche. En las calles, en los antejardines o las ventanas veía gatos y a veces olía a jazmín, lo cual me hacía sentirme como en casa. Pensé que sería bonito vivir alguna vez en este barrio. Cuando llegué a este apartamento desocupado, con un bonsai en la mano, pensé que al fin me había hecho adulto.
3. Leí en poco más de una semana "Vida", la autobiografía de Keith Richards que en un ataque de cariño me prestó o regaló (aun no lo sé bien) Alejandro Marín. Siempre he sido un seguidor entusiasta de los Beatles, lo que en muchas ocasiones implica tomar partido y perderse uno de la música maravillosa de los Stones. Richards me pareció, más que nada, un tipo franco y sensato que corrió con la suerte de hacer las cosas bien en el momento histórico indicado. Gran parte del libro transcurre al son de sus anécdotas sobre su relación con la música y las drogas, pero probablemente los pasajes más hermosos del libro son aquellos que lo muestran como hijo, nieto, padre o abuelo de alguien.
4. Tres conclusiones fundamentales me quedan después de leer el libro: a. Juntarse y hacer música con personas diferentes a uno siempre da buenos resultados o - al menos - música valiosa. b. No está de más tener una guitarra eléctrica afinada en Sol abierto. c. The Beatles y The Rolling Stones no son, en absoluto, actos comparables. Hubo una coincidencia histórica durante la década de 1960, pero tienen genealogías, desarrollos y resultados muy diferentes. El hecho de que a mí me gusten más los Beatles no los hace necesariamente mejores que los Stones.
5. Anoche hablaba con María Elisa acerca del rechazo que persiste entre las personas de las provincias del país frente al bogotano. Yo no sé de dónde vendrá ese rechazo marcado, pero sean cuales sean sus orígenes la historia reciente ha demostrado que muchos de los habitantes de Bogotá vienen de otros lugares del país o son hijos o nietos de provincianos; lo cual en mi opinión debería ir borrando de alguna manera esa barrera histórica que existió entre el santafereño elitista y el provinciano tosco y maleducado. Yo sigo creyendo que el lugar de procedencia no es más que un accidente, una cuestión del azar y que existen personas buenas y malas, compasivas y desconsideradas, amables e insoportables en todos los rincones del mundo. Es una pena: Del costeño que se la monta al cachaco, del capitalino que se cree mejor que el provinciano, del español que se cree mejor que un sudaca y de los taxistas parisinos que se niegan a montar extranjeros en sus taxis a las ideas de raza propias del nacionalsocialismo hay un par de brinquitos de discurso porque la ideología viene siendo la misma. Creer que uno proviene del mejor lugar del mundo lo único que indica es falta de mundo.
6. En una de las anécdotas de su autobiografía, Keith Richards cuenta cómo tuvo que tomar una vez un taxi en París al salir del aeropuerto. El conductor del taxi que encabezaba la fila le dijo que mejor se dirigiera al segundo de la fila. Éste a su vez le dijo que el que tenía la obligación de llevarlo era el primero. Richards sacó una navaja y se la puso en el cuello al taxista que encabezaba la fila y le volvió a pedir que lo llevara al lugar a donde se dirigía. Cuenta que meses después se enteró que los taxistas parisinos no solo tenían fama de tratar mal a los extranjeros sino que incluso eran peores con los franceses de las provincias.
7. Es curioso que terminar un libro deje una especie de desasosiego, de nostalgia. Es como irse de un barrio en el cual uno pasó buenos momentos. Queda el consuelo de los barrios y los libros por venir.

martes, 13 de agosto de 2013

De Noche en la Montaña


Yo sé que esto no es un blog sobre Gatoblanco (perdonarán los lectores asiduos) pero desde hace días vengo con necesidad de tratar algunos temas relacionados al grupo, probablemente porque estamos grabando música nueva y cuando uno trabaja en algo reflexionar sobre lo que se ha hecho hace parte del proceso.
Vengo revisando varias de las canciones viejas, pensando qué debemos y que no debemos tocar ahora que volvamos al escenario y hace unos días me encontré con una canción que tocamos solamente una vez en vivo porque la nuestra es una banda pop y de pop esta canción no tiene nada: De Noche en la Montaña.
¿Dónde está el punto intermedio donde convergen de manera consciente y responsable el entretenimiento y la realidad del país? ¿Se puede hacer entretenimiento generador de conciencia en un país como Colombia y en las circunstancias tan difíciles generadas por los poderes económicos establecidos y el conflicto armado que parece no tener fin?
De Noche en la Montaña fue una canción que compusimos para Nocturno. A diferencia de muchas de nuestras canciones habla de un tema aterrizado en la realidad: el conflicto armado. La primera parte de la canción está cantada (o contada) desde el punto de vista de un campesino amenazado por el conflicto, la segunda por un secuestrado y la tercera por un combatiente. De noche, allá afuera donde trascurre el país, el conflicto, las noticias horribles, hay gente que teme por su vida todas las noches. ¿Y qué podemos hacer nosotros? No sé, no lo sé bien, no tengo una respuesta. Si no se compromete uno en causas activas por lo menos tiene el deber de no olvidarse de lo que sucede en su entorno, que es lo que parecen hacer muchos de esos colombianos que viven tranquilos en el país (porque a mí, la verdad, la insensibilidad no me da como para vivir tranquilo en Colombia).
Tratamos de hacer algo en ese momento con la canción. Si mal no recuerdo nuestro manager quiso que la canción hiciera parte de una campaña de responsabilidad social pero no pasó mucho. ¿Por qué? Bueno, porque "la suya es una banda de pop y de pop esa canción no tiene nada".
De Noche en la Montaña by Gatoblanco on Grooveshark

domingo, 4 de agosto de 2013

Sweet Sayonara

Estaba completamente desorientado. Se nos había acabado el contrato discográfico que teníamos, eran cada vez menos las actividades que desarrollábamos en pro de la banda, había tenido que conseguirme un empleo, de alguna manera estábamos tomando cierta distancia con nuestro manager y en el fondo nos preguntábamos en silencio si valía la pena seguir con Gatoblanco.

Solíamos ensayar en la terraza de Manuel en el sector de Galerías (la misma donde grabamos parte del videoclip de Vivo) y un día empezó a salir una secuencia de acordes que nos gustó mucho. Empecé a balbucear una melodía con una serie de sílabas sin sentido. Oyendo una de las grabaciones me pareció distinguir las palabras sweet y sayonara en el coro. Se los dije a Sebastián y a Manuel y a todos nos dio risa. 
Fue Sebastián el que propuso que tratáramos de desarrollar una idea a raíz de esas dos palabras: Sweet Sayonara, una dulce despedida.
¿Pero cómo escribir una canción sobre una dulce despedida cuando la última despedida que había vivido había sido decididamente amarga? 

Por esos días - a principios de 2011 - yo estaba empezando a acercarme con juicio a textos de Srila Prabuphada, al Bhagavad Guitá y estaba empezando a estudiar cuáles eran los preceptos básicos de filosofías orientales como el budismo, el hinduismo y el Movimiento Internacional Para la Conciencia de Krishna. Después de terminar una relación de pareja sólida y bonita terminé metido en un romance malsano y salirme de esa situación me tomó esfuerzo, paciencia, tiempo y sobre todo entendimiento, conciencia. ¿Y Gatoblanco? Gatoblanco parecía no encontrar el norte. Volqué toda la rabia contenida durante meses en los versos de Sweet Sayonara. Entendí al escribir la letra de la canción que la única forma de deshacerse de un amor malsano es el olvido (el olvido genuino) y que el olvido solo llega a través del perdón, así que el perdón, el olvido, la indiferencia y el silencio son las únicas herramientas útiles, la única venganza posible.
A la larga Sweet Sayonara resultó ser una canción violenta, rabiosa, pero bonita. La acepté como llegó. Uno no es amoroso, luminoso  y no ve el panorama claramente todo el tiempo. A veces la única forma de salir victorioso es irse por la puerta trasera y tomar un camino que aparentemente no lleva a ninguna parte.