viernes, 28 de octubre de 2011

La falta de agua es lo de menos


Manizales sin agua. Foto tomada de la página de El Colombiano.

"Donde la amistad perdura por siempre como el agua pura".

Manizales y yo tenemos una pelea casada desde que me fui o incluso desde antes, desde que empecé a estudiar comunicación y me di cuenta por capítulos de que los manejos de la ciudad obedecían a una lógica feudal en la que la gente vive agradecida con el Doctor X que ahora está en el concejo y le ayudó a mi tía la de Villahermosa con un puestico de recepcionista en la licorera, en el hospital, en el acueducto. 
La nuestra es una ciudad rosquera y aprendimos los manizaleños a armar roscas incluso por fuera de la ciudad y del país, y uno se encuentra en Bogotá con gente que vive desesperada esperando que llegue el puente para irse a retar la topografía nacional con tal de pasar dos noches en el terruño húmedo y escarpado que nos vio nacer, ir al colegio, enamorarnos, estudiar y después salir corriendo; porque no tenemos de amigo al Doctor X y nunca nos pudo colaborar con un puesto en la telefónica o en la empresa de aseo.
Manizales y yo tenemos un pelea casada y por eso cuando Octavio nos contó que al director de Cotelco (un cuyabro que ama a Manizales como pocas personas en el mundo) se le había ocurrido una campaña para promover el turismo y quería que Gatoblanco hiciera una canción para dicho fin, yo me sentí más retado que nunca como músico. 
Nos sentamos Sebas, Manolo y yo a tocar y fueron saliendo los acordes y fue saliendo la melodía y llegó el momento en que me vi encartado con una hoja en blanco buscando escribir cosas bonitas sobre la ciudad donde están mis papás, mis hermanas, algunos de mis grandes amigos y muchos de los mejores recuerdos de mi vida. No quería caer en el lugar común y no quería reflejar la pelea que Manizales y yo tenemos casada y todos y cada uno de los versos escritos fueron sinceros, sentidos, escritos con cariño y con cuidado. 
Nos metimos al estudio, llamamos a Sebastián Yepes y a Andrés Gutiérrez, grabamos la canción, la presentamos en el marco de la celebración de los 160 años de la ciudad, en la misma Plaza de Bolívar donde 10 años antes se había celebrado el sesquicentenario con Jorge Barón y Rossy War en el Show de las Estrellas.
Manizales y yo hicimos las paces. El alcalde Juan Manuel Llano nos felicitó tras bastidores y de alguna manera sentí que le estaba devolviendo algo de gratitud a la ciudad.
Hoy Manizales completa 10 días sin agua. Me mata de rabia pensar que esa lógica feudal está viva y que simplemente una rosca reemplaza a la otra y que las personas que se involucran en las campañas políticas no lo hacen por convicción sino porque están esperando que el Doctor X le ayude con un puestico en cualquiera de las instituciones públicas que periodo tras periodo se reparten los dueños de la ciudad y del departamento. Pero lo que verdaderamente me enfurece es esa pasividad típica del manizaleño promedio, que simplemente se indigna de su puerta para adentro, que comenta en La Cigarra o en el Cable lo que está sucediendo y que no va a hacer absolutamente nada por romper ese círculo vicioso. Nosotros los bloggeros, los twitteros, los facebookeros gritamos indignados y nos pronunciamos contra una rosca y contra la otra; pero a menos que ocurra un milagro, este domingo muy pocos manizaleños se pronunciarán con la furia debida en las urnas, pocos tratarán de castigar por vía democrática a los hampones que tienen a la ciudad sin agua y al cabo de unos meses todo se habrá olvidado y dentro de muchos años seguiré visitando mi ciudad natal y seguirá congelada en el tiempo, en manos de los mismos y la gente estará contenta con el puestico que el Doctor X les regaló en la empresa de energía o en el acueducto.
La falta de güevas es lo realmente preocupante. La falta de agua es lo de menos.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Almuerzo a solas

¡Era tan triste ver a Julián almorzando! Como Manizales es una ciudad tan pequeña teníamos tiempo para ir a medio día a nuestras respectivas casas y por ello solo nos veíamos comer cuando teníamos una de esas convivencias propias de los colegios católicos. Todos bromeábamos y decíamos tonterías a la hora del almuerzo, pero Julián se sentaba solo y atacaba su almuerzo con displicencia y parsimonia que se veían acentuadas por sus ojos verdes de comisuras laterales caídas. 
La primera vez que almorcé solo pedí en el restaurante un plato de pasta y carne a la boloñesa y pensaba en el almuerzo familiar que tendrían en mi casa - a 300 kilómetros de distancia - en ese martes de enero: mis hermanas alzando la voz, mi hermano pensando en cualquier otra cosa distinta a la comida, mi mamá tratando de poner orden, la empleada de servicio con el radio a todo volumen, Fiona persiguiendo alguna lagartija en el antejardín. Almorzar solo es triste, pero esa tristeza es más fácil de disimular en los restaurantes pequeños que en las grandes plazoletas de los supermercados y los centros comerciales.
Uno tras otro hacemos fila con las bandejas en la mano y la señora del bufete nos pregunta si queremos carne de res, de cerdo, pastas o un plato con pollo. Hacemos fila para pagar el pedido, damos nuestros números de cédula para acumular puntos, vagamos sin rumbo hasta que alguien desocupa una mesa; nos sentamos a almorzar sin hablar con nadie, fijando la mirada en el horizonte, en el teléfono móvil o en el plato de comida. Todos estamos vestidos de gris, todos tenemos las comisuras laterales de los párpados bien caídas y esa expresión de displicencia y parsimonia con la que almorzaba Julián cuando lo dejábamos solo. El reloj ya casi da las dos. Tenemos sueño y hay que regresar a la oficina.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Comentarios Inútiles 29

De la serie Torero, por Ruven Afanador.
1. Me dice la médica: - ¿Eres alérgico a algún tipo de antibióticos? Y le respondo yo: - No lo sé, porque no recuerdo haber tomado antibióticos nunca. Responde ella: - Entonces cómo voy a saber si puedo recetarte antibióticos. Me quedo mirándola en silencio esperando que ella misma responda su pregunta. 
2. Ya recordé cuál era el primer comentario inútil de la edición número 28: Llevo tantos años trabajando en un sector editorial tan cercano a la salud y a la industria farmacéutica que ya sé más del funcionamiento del cuerpo humano de lo que sabe una persona sin formación en el área y no sé si eso sea bueno pero sí es, al menos, útil. He tenido que visitar el consultorio de tres médicos generales en menos de un mes y tanto mi papá como mi mamá fueron intervenidos quirúrgicamente durante el mes de septiembre; así que hace unos días me senté en la hamaca de la sala a tomarme un té y a repasar una pregunta que me estoy haciendo desde hace meses: ¿De qué me voy a morir? 
Descartemos por un momento el homicidio, el suicidio y el accidente y quedarán abiertas las posibilidades por causas naturales. Ya cumplí 30 años y aunque las personas que conozco por primera vez dicen que aparento tener mucho menos; la ausencia de arrugas, un abdomen no muy abultado y una cabellera más sana que la que ostentan mis contemporáneos no garantiza que al interior de mi organismo no se estén llevando a cabo ya los procesos de degeneración celular que algún día se terminarán manifestando en una enfermedad metabólica, en algún tipo de cáncer, en un desorden cardiovascular, renal o respiratorio que finalmente van a llevar este organismo a la tumba. "Me estoy muriendo", pensaba mientras me llevaba una y otra vez la taza de té a la boca. Me estoy muriendo como se están muriendo mi papá, mi mamá, mis abuelos, mis mayores, mis amigos y mi gato. Recordé las imágenes de la rueda del Samsara que aparecen en mis libros sobre budismo, recordé las imágenes de los siete cuerpos de los que habla Leandro Prieto Rodríguez, pensé en la conversación que tuve con El Gato (un amigo al que llaman Gato, no un gato de verdad) cuando su mamá se murió y me decía: "Yo ya no me pregunto de qué me voy a morir sino qué cáncer me va a matar". El té se enfriaba. Teniendo en cuenta mis antecedentes familiares es muy probable que un día (ojalá un día lejano gracias a mis hábitos alimenticios y de ejercicio) mi cuerpo se vuelva intolerante a la glucosa, resistente a la insulina, que mis células dejen de llevar a cabo sus procesos metabólicos de forma normal y entonces empezaré a intoxicarme con azúcar, comenzará el hormigueo en las extremidades, el calor, la sed, aumentaré de peso y empezaré a perder la visión, mis riñones no van a funcionar de la misma manera y todo comenzará a deteriorarse en un rápido círculo vicioso que un día llevará al colapso del sistema. Me estoy muriendo ya. Me estoy muriendo hoy. Nada me garantiza que el accidente de tránsito, el suicidio o el homicidio estén por fuera de las opciones de la vida. No tengo excusa alguna para seguir aplazando mi propia vida y el plan de dedicarme por completo a hacer las cosas que me gustan, a visitar los lugares que quiero conocer, a construir la obra que he querido construir desde los 12 años; cuando estaba creciendo, cuando no me estaba muriendo.
Gareca y Falcioni.
3. No es que no me guste el fútbol. Yo creo que yo hasta disfruto el fútbol, disfruto ver un partido. Lo que pasa es que el fútbol me rompió el corazón. Nos rompió el corazón a mí y a Sebastián García. A mí me rompió el corazón el América de Cali cuando no logró ser campeón de la Copa Libertadores en la década de 1980, me lo rompió Argentina cuando no logró el tricampeonato en Italia 90, me lo volvió a romper la Selección Colombia con el papelón del mundial del 94, me lo rompió de nuevo el América con la final de la Libertadores en el 96. En el mundial del 98 - cuando estaba en el ejército - dejé de hacerle fuerza a la Selección Colombia y me di cuenta de una verdad liberadora: gane quien gane y pierda quien pierda un partido de fútbol, mi vida va a seguir siendo igual. Veo los mundiales de fútbol porque me parecen bonitos como fiesta. Afirmo ser hincha del América de Cali solo por llevarle la contraria a mi papá y porque me gusta mucho el color rojo.
4. Desde que terminé con Cristina, hace más de dos años, me he encontrado en un par de ocasiones con una pregunta incómoda para la que nunca tuve una respuesta indicada: ¿Y en ocho años nunca le pusiste los cachos? Ahora tengo la respuesta: Si ella no me ha hecho esa pregunta en dos años y medio no veo por qué tenga usted que hacérmela.
5. La prohibición de las corridas de toros en Cataluña tienen un tinte político mucho más fuerte que el de protección al derecho animal. Cuando fumaba sabía que el tabaquismo era un problema de salud pública y que los fumadores deberíamos tener espacios restringidos para fumar donde no afectáramos la respiración de los no fumadores. Sé también que la desaparición de las corridas de toros es inevitable, que a la fiesta le quedan menos de 20 o 30 años de vida, que es una tortura para los toros y los caballos (sobre todo para los caballos) y que como especie racional y responsable debemos acabar con ese espectáculo salvaje, pero me duele... como antiguo aficionado me duele. Entre los recuerdos emotivamente maravillosos de mi vida hay unas cuantas tandas de naturales, algunos lances con el capote, una que otra estocada contundente, las ganas de llorar viendo a Juan Mora, a César Rincón, a Enrique Ponce o al Cid dibujando trazos eternos de plasticidad que jamás he visto en ninguna otra tribuna y oyendo a la banda municipal tocar España Cañí, Manolete o Feria de Manizales.

martes, 4 de octubre de 2011

Ka

Ka tenía los ojos grandes y azules, los labios gruesos y la piel pálida. Era como una especie de Fiona Apple con el pelo negro, pero yo no lo sabía porque era 1994 y no teníamos idea - el mundo y yo - de quién era Fiona Apple.
Ella vivía frente a mi casa y recuerdo haberle regalado una chocolatina el día que cumplió 12 años. Ka era la novia de mi amigo y vecino Jota, quien parecía más interesado en coquetear con A, que vivía a seis o siete casas de distancia de Ka.
A veces yo me sentaba en la pequeña terraza que había en el segundo piso y tocaba un par de canciones acompañado por el tiple. No tenía guitarra, pero además de los bambucos y los pasillos podía tocar un par de baladas que sonaban bonito. Ka se paraba junto a la ventana de la habitación de su madre - detrás de las cortinas blancas - y me miraba tocar. No sé si sonreía, pero sabía que me estaba mirando. Cuando yo me quedaba mirándola fijamente se retiraba despacio hacia el interior de la casa.
Como Eme, Jota y yo éramos los únicos hombres en el grupo de amigos, teníamos que jugar fútbol con las seis o siete niñas de la cuadra. Ka tenía una sudadera rosada que resaltaba el brillo en sus mejillas, el color encendido de sus labios y la palidez de la poca piel que le quedaba al descubierto. Casi siempre era ella la portera del equipo contrario al mío y era ese el único momento en que - sin saberlo - representábamos los papeles de una conquista nunca intentada. Yo remataba durísimo y ella ponía sus manos desnudas al frente para detener el balón. Cuando marcaba un gol (casi siempre anotaba al menos uno) salía gritando con las manos en alto en señal de victoria, cuando en realidad lo que quería era besar las manos golpeadas de Ka, ayudarla a levantarse del piso y consolarla de alguna manera.
Cuando nos fuimos del barrio y regresamos a Chipre, prometí a Jota volver a visitarlo. Para ese momento su relación con Ka ya se había terminado porque ella decidió contarle que yo le gustaba muchísimo.
Hoy me pregunté cómo lucirán los ojos enormes y azules de Ka a los 29 años. Hace un tiempo me contaron que tenía dos hijos y que el padre de los chicos había sido asesinado. Sentí ganas de besar sus mejillas, de ayudarla a levantarse del piso en vez de andar por ahí paseando con las manos en alto en señal de victoria.

lunes, 3 de octubre de 2011

Frank and Louie (breve reflexión sobre el caso del gato de dos caras)

Leí por primera vez acerca de Jano en el cuento La Muerte y la Brújula de Jorge Luis Borges. Jano es uno de los dioses de la mitología romana cuya característica principal es tener dos caras y al ser el dios de los comienzos y los finales se le adjudicó su nombre al primer mes del año en el calendario juliano (Ianiarius, de donde vienen January, Janeiro y Enero). 
El busto de Jano mencionado en La Muerte y la Brújula proyectaba una sombra escalofriante sobre una escena donde estaba a punto de llevarse a cabo un crimen y su figura siempre me pareció un poco terrorífica. Cuando empecé a traducir artículos de psiquiatría, encontré de nuevo la figura de Jano ilustrando artículos acerca de la enfermedad bipolar; sobre todo en representaciones donde una de las dos caras sonreía y la otra tenía una mueca de tristeza como en las máscaras teatrales utilizadas para representar la comedia y la tragedia. Su figura me parecía cada vez más impactante.
Durante los últimos días se le ha dado un cierto cubrimiento mediático al cumpleaños de Frank and Louie, un gato que en septiembre llegó a los12 años de edad y que será incluido dentro del libro de récords de la cerveza Guinness para el año 2012 por sel el gato Jano más longevo de la historia.
Frank and Louie tiene dos caras, tres ojos y según describe su propietaria - (una veterinaria que lo adoptó cuando fue llevado a su consultorio para llevar a cabo su eutanasia) - su único problema es que tiene qué hacer un esfuerzo especial para identificar visualmente los espacios por donde se mueve. La expectativa de vida de un gato de este tipo es prácticamente nula. Su historia me hizo recordar la de Ryan Gonzales, un norteamericano que se convirtió en la persona más longeva con ictiosis arlequín. Los bebés que nacen con esta condición casi nunca llegan a los seis meses de vida y generalmente mueren después de unos días o algunas horas posteriores a su nacimiento. Gonzales debe haber sobrepasado ya los 20 años de edad.
Un giro en la ecuación, un gen que muta de forma inadecuada y lo que se espera con ansia como el milagro de la vida puede convertirse en una escena dantesca. 
Miro una y otra vez los videos de Frank and Louie y las entrevistas de Ryan Gonzales y empiezo a encontrar belleza detrás de su apariencia inicialmente monstruosa. A veces uno no valora suficientemente la perfección de la ecuación, los giros adecuados de sus genes, la salud de su gato, los brazos, las piernas, las caras y las pieles saludables de sus hermanos. Hoy me desperté pensando que la normalidad es una fortuna. No quería que esta entrada en el blog terminara con aire de sermón, pero fue inevitable.