viernes, 26 de agosto de 2016

Carmen

Carmen decidió mudarse al sur de la Florida hace apenas un año. Quería un nuevo comienzo después de divorciarse de su esposo, con quien apenas estuvo casada siete meses. Habían estado juntos durante cinco años y aunque había surgido la idea de mudarse juntos ella no se animaba a intentarlo por fuera del vínculo matrimonial.
Yo no sabía nada de esto antes de subirme al carro. Lo único que sabía era su nombre y que estaba dando muchas vueltas tontas antes de recogerme. Desde que Uber, Lyft y las demás aplicaciones de transporte son lícitas en los condados de Broward y Miami/Dade me la paso trepado en carros ajenos. Tengo conversaciones cortas con desconocidos con quienes comparto unos minutos y unas cuantas millas y siempre me dejan pensando cosas.
Carmen viven en West Palm Beach y lleva apenas una semana trabajando como conductora de Lyft. Hoy tuvo su primer día moviéndose por Miami y estaba un poco nerviosa, así que tuve que darle indicaciones con relación a la ruta. Le conté que soy colombiano, que me casé y que hasta el año pasado vivía en Tennessee con mi esposa. Me preguntó si tenía hijos y le dije que por ahora estábamos disfrutando la compañía del otro. Carmen soltó esa sonrisa amplia, sincera y brillante que tienen los afroamericanos. That's beautiful - me dijo - and I'll never forget it. Fue ahí cuando me contó su historia de amor y desamor. Su mamá y su hermano le dijeron que el primer año de matrimonio era difícil, pero que de ahí en adelante todo iba mejorando. Pero no aguantó. Se cansó de los abusos de su esposo. Para abusar de ti - me dijo - no tienen que golpearte. No iba a soportar que él abusara de ella y fue así como terminó divorciada y viviendo en West Palm Beach; y fue así como decidió empezar a trabajar como conductora y buscando más dinero empezó a moverse más por el condado de Miami/Dade. Y hoy fue su primer día y yo fui su primer cliente.
No voy a dejar de intentarlo - me dijo. Voy a seguir buscando el amor y cuando vuelva a casarme voy a recordar lo que me dijiste acerca de disfrutar la compañía del otro.
Cuando llegamos a nuestro destino me preguntó si podía estrecharme la mano.
Le di una buena calificación y dos dólares de propina.

sábado, 4 de junio de 2016

Veinte Años del Anticristo


No sé cómo comenzó el rumor ni cuándo lo escuché por primera vez, pero debió haber sido en algún momento del primer semestre de 1996. Yo tenía 14 años y alguien me dijo que alguien le había dicho que le habían contado una historia escabrosa que la alcaldía, la arquidiócesis y los medios estaban tratando de ocultar. 
El cuento era que en el Hospital de Caldas había nacido un niño muy feo. Tan feo que cuando la enfermera lo llevaba a una sala de observación dijo en voz alta: "Qué niño tan feo", a lo que el niño respondió con una tenebrosa voz de adulto: "¿Feo? Feo lo que va a pasar el 6 de junio". El niño había muerto inmediatamente después de hacer su revelación apocalíptica y la enfermera estaba encerrada en el hospital psiquiátrico. De la mamá no se sabía nada.
Seguramente oí el cuento en el colegio, pero también lo oí en la panadería, repetido por las señoras del barrio Los Agustinos, lo oí también de boca de alguna amiga de mi abuelita, de la gente que toma café en el centro y de los amigos de mi hermano. Cada vez aparecían más conjeturas y arandelas. Pensábamos que todo tenía sentido porque el seis de junio del 96 iba a ser un día 6/6/6 y todos sabemos que ese es el Número de la Bestia. Hacía mucho calor y ese calor es pura señal de terremoto, además el año anterior había temblado dos veces muy duro y se habían caído algunas edificaciones en Pereira. No había duda, había llegado el momento de la destrucción de Manizales (gracias a un terremoto) o seguramente el Anticristo habría de nacer en la ciudad más religiosa del Eje Cafetero.
Así son las leyendas urbanas o los chismes de pueblo (que son leyendas urbanas o chismes de pueblo dependiendo de qué tan grande crea uno que es su lugar de nacimiento), son impredecibles, toman vida propia, se llenan de detalles que la gente les va agregando y al final no pasa nada; nadie confirma o desmiente el cuento y al llegar la fecha señalada no aparece el Anticristo, ni hay un terremoto, ni Dios descarga su ira sobre nosotros, ni sale la enfermera del psiquiátrico. Simplemente hace calor (calor de terremoto) y uno cumple 15 años y esas historias van pasando al olvido.
El único anticristo que conocimos en 1996 - por cierto - fue Marilyn Manson.

jueves, 22 de octubre de 2015

La Isla Bonita

Tengo varios amigos homosexuales y al menos uno bisexual. La gente siempre les pregunta cuándo se dieron cuenta de que eran homosexuales y yo siempre contrapregunto: ¿cuándo se dio cuenta usted de que era heterosexual?
No sé exactamente cuándo me di cuenta yo de que las mujeres eran atractivas. Tengo algunas imágenes borrosas de una compañera de kínder llamada Sandra Catalina y de una vecina de mis primas en Ibagué llamada Milena de las cuales afirmaba yo (sin que Sandra Catalina lo supiera) que eran mis novias. También tengo imágenes vagas de Rudy Rodríguez en Las Ibáñez, dejándome sin aliento frente al televisor gracias a sus vestidos de corsé y escote pronunciado.
Pero tengo un recuerdo vívido, una imagen clarísima de la primera vez que me sentí completamente seguro de que en unos cuantos años iba a necesitar una mujer a mi lado, tocarla, oírla hablar, oler su pelo y sus manos. 
Yo estaba en segundo de primaria y mi papá nos llevó en una tarde de domingo a mi hermano y a mí a ver una función del Circo Montecarlo (es probable que el nombre haya sido una invención mía, un error en la memoria) porque Manuel ya tenía edad suficiente para ver animales y trapecistas. Mi papá siempre nos contaba historias de cómo habían sido sus meses como trapecista y payaso de un circo en Urabá y yo siempre le prestaba atención sin importarme que las historias fueran siempre iguales. Pero ese día, mientras mi papá repetía de nuevo su retahíla, yo me quedé callado observando una trapecista  de ese circo mientras sonaba La Isla Bonita de Madonna.
Caminó vestida en un enterizo brillante y medias veladas hacia el centro del anillo, movió sus manos con gracia y sonrió al público. Luego se prendió de una soga que venía del techo y se elevó hasta una plataforma que pendía de una columna lateral. Se prendió del trapecio y empezó a balancearse de un lado al otro. Tenía el pelo recogido con minucia sobre la coronilla, los ojos maquillados con colores brillantes y unas pestañas postizas que al abrir los ojos llegaban más arriba de sus cejas. De un momento al otro saltó de un trapecio al otro donde la recibió un tipo de espalda ancha. La rutina de saltos y piruetas se prolongó durante toda la canción. Yo estaba tan maravillado viendo su cuerpo flotar por el aire que por un momento olvidé el temor que me produce imaginar que uno de esos trapecistas se vaya contra el piso.
Nada me hizo dejar de pensar en ella a lo largo del día; ni el rugido de los tigres, ni las historias de mi papá, ni las tiras cómicas de la revista Los Monos que leí en la noche. Nada me hizo dejar de pensar en ella.
Ya pasaron 27 años. Cada vez que suena La Isla Bonita recuerdo ese circo. 

miércoles, 21 de octubre de 2015

Marcelo

"Plumbig", dijo Marcelo cuando le abrí la puerta del apartamento. Entró a mi casa y traté de explicarle (con las palabras que encontré) que había un olor molesto que salía de la tubería. Cuando me preguntó si había algún tipo de taponamiento noté que tenía problemas organizando el discurso en su cabeza, así que le hice la pregunta que ayuda a destrabar conversaciones en todo el sur de la Florida: "¿Habla español?"
No sé cuántos años tendrá Marcelo, pero aparentaba acercarse a los 40. No tuve tanto tiempo para hablar con él como sí lo tuve para hablar con Jeremy. Yo estaba concentrado en tratar de terminar un demo para un jingle y él estaba ocupadísimo sacando años y años de mugre de la tubería del lavamanos. 
Me dijo que la cosa siempre era igual con estos apartamentos viejos, que las tuberías empiezan a deteriorarse y que los gases producidos al interior del desagüe empiezan a regresar a la superficie. 
"Lo que hay que esperar - dijo - es que tumben este edificio y construyan un nuevo."
Me molesta mucho que me interrumpan cuando estoy trabajando. Odio contestar llamadas cuando estoy escribiendo y me cuesta mucho retomar el rumbo cuando estoy haciendo música. Tal vez por eso traté de concentrarme en el trabajo una y otra vez pero Marcelo seguía pidiéndome cosas: una trapo, un gancho, una ponchera para recoger el reguero.
Cuando terminó su labor me pidió un vaso con agua y yo me sentí sumamente avergonzado porque es lo mínimo que ofrezco a alguien cuando entra a mi casa. Jeremy no quiso tomar nada aquel día, Marcelo - en cambio - estaba sediento y no le avergonzaba pedir algo de beber.
Viendo mis equipos en la sala me preguntó si era músico. Le dije que sí. Me contestó que él tocaba percusión de todo tipo: timbales, congas, tumbadora.
Lamenté no haber hablado más con Marcelo.
Al despedirnos me dio la mano. Una mano fuerte, negra y sudorosa. Una mano de plomero, de percusionista; una mano muy distinta a la mía.
Le pregunté su nombre, le agradecí y me dijo: "Estamos para ayudarnos. Viva Colombia."
"Viva Cuba", contesté yo con más cortesía que convicción cuando cerraba la puerta.

martes, 13 de octubre de 2015

Comentarios Inútiles 38


1. Hoy es 12 de octubre. Hoy se conmemoran un año más de la fundación de Manizales y del descubrimiento de América. Es además el cumpleaños de una amiga con la que hace mucho ya no hablo (entonces quién sabe si todavía somos amigos) que se llama Erika y a la que - por haber nacido un 12 de octubre - yo apodaba Amérika Medina.
2. Han pasado más de dos años desde la última vez que escribí alguna entrada de "Comentarios Inútiles" en este blog. Es inútil este comentario - como todos - pero espero que la lectora fiel de estos comentarios (Ana) se alegre un poquito.
3. Decía hace un rato en Twitter que soy ese tipo de colombiano que a veces se siente muy persa mientras se lava los dientes. Y sí. Es paradójico porque a medida que pasan los años me voy alejando más de mi lugar de nacimiento y a la vez me voy aferrando más a mis costumbres y a mi identidad, pero sé muy bien que esa identidad tiene para mí cada vez menos significado. Puede que haya nacido en Manizales pero en algún lugar de mi cuerpo y de mi memoria genética hay algo de persa, de mongol, de judío hispano, de moteca, de quimbaya; y ser manizaleño o colombiano no es más que un accidente, algo anecdótico, algo que no debería ser motivo de orgullo ni de vergüenza, ni de alegría o de tristeza. Ser colombiano o ser manizaleño o tener rasgos mestizos, talla baja y haber nacido en una familia de clase media no es más que la partida que me tocó jugar, las cartas que me tocaron en suerte. Probablemente no sea la mejor mano pero de todas maneras tengo chance de ganar algo.
4. "Take a trip to east and west. You'll find that you don't know anything". Deepak Chopra
5. Hace cuatro años me fui de Facebook porque no soportaba los memes. Sentía que estábamos llegando a un punto de simplificación enorme en nuestras formas de comunicación y empezaba a considerar que todos a mi alrededor se habían vuelto simplemente estúpidos. Probablemente era más amargura que otra cosa. Hoy me dan mucha risa los memes en los que aparece una foto de un personaje y se le atribuye una frase célebre que no es suya.
6. La frase del comentario número 4 - por ejemplo - no es de Deepak Chopra. Es una línea de Look Who's Talking de Dr Alban. Hay mucha sabiduría escondida en la música pop.



lunes, 20 de julio de 2015

De Música Ligera

¿Qué es el hogar? ¿Dónde queda? ¿Es el hogar un espacio físico? ¿El lugar de nacimiento? ¿El lugar de crianza? ¿El lugar donde uno elige vivir?
Ya no recuerdo dónde fue que oí o leí a alguien decir que uno es de donde estudia la escuela secundaria. Me pareció sensato, pero no sé si la vida sea tan lineal y tan corta como para decir que es suficiente pasar poco más de un lustro decisivo en un sitio para que ése sea el hogar, el punto de partida al que uno regresa cada tanto a conectarse con lo suyo.
¿Es el hogar el barrio, la ciudad, el país, la familia? La idea también me suena sensata, aunque no sé si el hogar sea apenas un puñado de personas decisivas como dice esa escena de Martín Hache en la que Martín dice a su hijo que “uno se siente parte de muy poca gente” y que “tu país son tus amigos”. No lo sé, no estoy seguro, pero a medida que pasa el tiempo y me voy alejando más de la ciudad en que nací se hace más fuerte esa sensación de que no pertenezco a una patria (ni a la mía ni a ninguna) y si el hogar es la patria entonces mi hogar es eso: un puñado de amigos y de familiares que extraño y que deseo abrazar cada tanto.
Pensaba hace un rato que en realidad el hogar es un fenómeno espacio-temporal, un lugar y un momento en el que uno se siente cómodo, seguro y tranquilo. Así que uno va teniendo varios hogares a lo largo de la vida y hay pedazos de hogar en la casa materna, la escuela secundaria, el olor del barrio, los amigos del colegio, la cafetería de la universidad, la mirada de alguna novia, el apartamento vacío al que uno se muda solo, los discos, los libros, el pelo de los gatos, la casa que uno decide compartir con la mujer que ama.
Ahora mi hogar es este. Un apartamento en el sur de la Florida, un balcón donde veo el viento agitar la palmera de la otra calle, un calor al que pensé que nunca me acostumbraría pero que ahora me agrada, el sonido del tren pasando varias veces al día, el abrazo de mi esposa, un beso de buenas noches y pedazos de otros hogares que voy guardando en mi memoria.
Es el lunes 20 de julio del año 2015. Es el día de la independencia de Colombia y yo me pregunto qué tanto de hogar hay en la patria o qué tanto de la patria en el hogar (ya no sé y ya no me importa, cada vez me satisfacen menos las certezas). De Música Ligera de Soda Stereo fue lanzada al mercado hace 25 años y ese hecho me parece más significativo que la celebración de la independencia colombiana. Mucho de mi hogar es la música, las canciones que han reforzado mi sensación de hogar y que se van moviendo conmigo de un hogar a otro: de la casa materna a la escuela secundaria, al olor del barrio y los amigos del colegio, a la cafetería de la universidad, a la mirada de alguna novia, al apartamento vacío al que me mudé solo, a los discos, a los libros, al pelo de los gatos, a este apartamento que comparto con la mujer que amo.

jueves, 4 de diciembre de 2014

Una casa oscura

Pamela, una amiga de Ana, me preguntó esta semana si era el amor lo que me había alejado del blog. Y no, no creo que sea el amor. Creo que las historias van y vienen. 
El caso es que al día siguiente pasé la tarde con mi papá y nos pusimos a hablar de la casa del Pasaje de la Telefónica, esa casa oscura ubicada en la carrera 19A entre calles 24 y 25, donde nos fuimos a vivir cuando yo tenía tres años de edad y donde unos meses más tarde nació mi hermano. 
Mi mamá dice que no es posible que yo recuerde con tanto detalle cosas que sucedieron cuando estaba tan pequeño, pero recuerdo con claridad esa casa oscura, la disposición de sus habitaciones. Es cuestión de cerrar los ojos y ahí están la sala y el comedor a la derecha, el cuarto de mis papás junto a mi cuarto a la izquierda, el baño social antes de pasar a la sala de televisión que tenía detrás un cuarto pequeñito donde mi mamá planchaba la ropa... el otro baño, la cocina y el patio donde teníamos un par de pájaros. 
Le pregunté a mi papá si era cierto que unos años después de que nos fuimos de la casa, secuestraron y asesinaron allí a un hombre. Mientras pasaba la buseta, mi papá me contó que el señor era de apellido Jaramillo (o algo así) y que lo había secuestrado Pito (o algo así), un tipo brillante que había estudiado con mi tío Danilo en el colegio. 
Pito trabajaba en un banco y tenía deudas terribles. Para salir de esas deudas pidió dinero prestado a Jaramillo, quien accedió a cambio de un modesto interés. Cuando Pito se colgó con las cuotas, Jaramillo perdió la paciencia y le dijo a Pito que no le importaría perder ese dinero, insinuando que si no pagaba iba a matarlo. 
Un día Pito salió del banco y le dijo a Jaramillo que lo acompañara a su casa (esa casa oscura que tan bien recuerdo) para entregarle allí el dinero que le adeudaba. Una vez adentro, Pito y el Negro (o algo así) amenazaron a Jaramillo con una pistola, lo amarraron, lo amordazaron y lo encerraron en uno de los dos baños, o tal vez en la habitación donde mi mamá planchaba la ropa, o tal vez en el cuarto donde yo dormía. 
Jaramillo - dice mi papá - ofreció firmarles un cheque en blanco con tal de que lo dejaran ir. Pito y el Negro no podían arrepentirse de lo que habían hecho, así que decidieron amedrentar a Jaramillo manteniéndolo unos días más en la casa oscura. 
Pero Jaramillo estaba enfermo. Dicen que había pasado por una operación de corazón abierto y una noche amaneció muerto en el baño porque ese corazón no aguantó la angustia.
Pito y el Negro metieron el cadáver de Jaramillo en el baúl del carro, se lo llevaron para Supía (o algo así), rociaron el cadáver con aguardiente y lo tiraron en un pastal. Dice mi papá que la policía los encontró cuando estaban llegando a Venezuela y que el Negro llevaba puesto el reloj de Jaramillo.
Como el negro colaboró con la justicia, salió más rápido de la cárcel y apareció muerto al poco tiempo junto a su novia en Chinchiná. Dice mi papá que a Pito se lo llevaron para otra cárcel porque también intentaron matarlo.

Alguien debe estar durmiendo esta noche en esa casa oscura, tal vez en el cuarto donde vi a mi hermano por primera vez, tal vez en la sala donde celebramos mi cumpleaños número cuatro y donde Jaramillo sospechó estar entrando a la boca del lobo. Tal vez Pito sigue vivo en alguna cárcel y es posible que al cerrar los ojos pueda, como yo, recorrer despacito cada uno de los cuartos de esa casa oscura. 

domingo, 7 de septiembre de 2014

Jazmín de Noche

Leí tres cuentos de José Eduardo Agualusa mientras me comía dos pasteles hawaianos y me tomaba un café con leche en esa panadería de la esquina en la que convergen seis calles de Chipre y por consiguiente hay choques de carros a cada rato. En vez de caminar hacia mi casa por la ruta habitual preferí caminar por Faldaplana a ver si olía de nuevo el arbusto de jazmín que estaba frente a la casa donde viví a principios de este siglo, porque ese olor a jazmín de noche es una de las pocas cosas que me hacen sentir en casa. 
Hay días en los que siento que Chipre ha cambiado y días en los que siento que Chipre es el mismo, pero parece ser que la casa de los Mosquera fue dividida en dos domicilios distintos y es una lástima porque esa casa era enorme y hermosa por dentro, pero para qué una casa tan grande ahora que ya no hay con qué tener familias numerosas. Y la casa de los Mosquera no es la única que ha cambiado, porque mirá como le cambiaron la fachada a la iglesia cristiana, ojalá también con la remodelación haya cambiado un poquito la acústica, aunque lo bueno de vivir al lado de una iglesia cristiana es que a veces uno puede oír a la gente dedicada a cantar y a rezar mientras uno tiene ese sexo emocionante de las primeras veces, de ese final de la adolescencia o del principio de la vida adulta, y qué hay mejor que ese sabor dulcecito del pecado cuando los demás están rezando. 
Pero qué lástima que hayan cortado el arbusto de jazmín porque por eso es que estoy caminando por esta cuadra y qué lástima que hayan remodelado también la casa en la que yo vivía, junto a la iglesia cristiana y le hayan puesto esas ventanas tan feas en aluminio y hayan convertido la sala en otro garaje. Pero bueno, es que crecimos y se acabó la adolescencia y todos nos fuimos de Faldaplana y parece ser que ahora están vendiendo la casa de al lado de las tías de Berrío, esa casa donde una vez fui a una novena navideña y en una rifa me gané un balón con el que después jugamos fútbol varias veces ahí mismo, ahí en la calle. La casa de las tías de Berrío sí parece ser la misma aunque no recuerdo bien cómo era esa casa por dentro porque la vez que yo entré a esa casa todo estaba a oscuras porque mis amigos habían alquilado Twister y yo tuve que repetirme después la película porque mientra ellos la veían yo me dedicaba a darme besos con Paula Botero, que quién sabe qué habrá pasado con ella y dónde se habrá ido a repartir besos porque ya no le alcanzaron todos los amigos de Chipre. Eran besos buenos los de Paula, mejores que los de Pato, aunque con Pato solo me di el primer beso en la casa desocupada de Ronald que cogimos de sede social para hacer fiestas y para jugar todas las variables posibles de Escondite y fue en una de esas sesiones de Escondite en la que Pato me encontró en el lavadero de ropas y me dio el beso que tenía que darme porque así eran las reglas del juego y a mí me daba un poco de pena confesarle que ese era mi primer beso y que me parecía que ella, que tenía 13 años, tenía toda la experiencia del mundo. 
Ve, pero huele a jazmín, no cortaron el arbusto de la esquina y ese es precisamente el olor que yo estaba persiguiendo y me da un poquito de ganas de llorar ahí, frente a la casa de Leo, que me llamó ayer en la tarde a contarme que estaba muy triste por la muerte de Cerati y que se acordaba de esas veces en las que él y yo nos íbamos para mi casa a tomar brandy y a oír los discos de Soda Stereo, que por esos días estaba a punto de separarse y no iba a venir a Colombia. 

Y en esta otra cuadra todas las casas también las remodelaron, a tal punto que ya no sé cuál es la casa de Yepes y no sé si la mamá de Yepes todavía viva por acá. Lo que sí me contaron fue que Luzma también volvió a Manizales, a vivir a la casa de sus padres, esa casa de toda la vida que ya es un poco menos azul que hace 20 años cuando yo la conocí montando en bicicleta con Ronald y con mi hermano. La casa del Oso también la remodelaron y me imagino que ahí sigue viviendo su familia porque veo a su papá a veces caminando por aquí cerca muy cabizbajo y porque desde mi casa se alcanza a recibir la señal de una red de WiFi que se llama Familia Henao Salgado. Y ahí está también la casa del ex ciclista que arregla bicicletas y la sede de Vinos Duques de Gandía que ya no tiene letrero y que ya no sé si produce vinos y esa casa horrible y húmeda donde mi mamá se fue a vivir cuando se quebró la empresa familiar y no tenía con qué pagar una casa decente para ella y mis hermanas. 
Y parece que no caminé cuatro cuadras sino 20 años y me parece que Chipre huele un poco menos a hogar, un poco menos a jazmín de noche; me parece que era más intenso el olor del jazmín cuando estaba llegando a mi casa en La Soledad o el olor de esa flor en la entrada de la casa en Murfreesboro, pero supongo que la vida es así y los recuerdos en realidad parecen tener olores más intensos que los olores reales o es que en verdad con el paso de los años estoy perdiendo el sentido del olfato y todas estas casas van a ser remodeladas también pronto y Chipre ya no será Chipre y ya no se chocarán los carros en la intersección de seis calles frente a la panadería.
   

sábado, 7 de junio de 2014

Caudillismo y mesianismo

No me produce más que preocupación ver a la opinión pública colombiana tan dividida, tan polarizada y tan agresiva con el vecino como en estas elecciones presidenciales, en esta segunda vuelta en las que las circunstancias nos han puesto a escoger entre opciones que no estaban ni remotamente cerca de ser las mejores porque así es la democracia y eso es lo que bajo las reglas de juego quiere la mayoría.
Y me preocupa ver cómo nuestras opiniones o nuestras simpatías políticas se ven determinadas por figuras personales y no  por ideas colectivas. Esa democracia de dos siglos de la que nos ufanamos, construye y fortalece opiniones alrededor de las tesis de un individuo, de su carácter personal y no de las ideas comunes sobre el bienestar de la sociedad que caracterizan un partido. Nuestra democracia es caudillista, nunca partidista.
Pero tampoco es que podamos esperar mucho más en autodenominado País del Sagrado Corazón de Jesús. Los colombianos estamos mal educados como casi todas las sociedades mayoritariamente católicas del mundo. Y así como colectivamente creemos en la existencia de un creador que nos puso en el mundo y en un mesías dispuesto a morir por nuestros pecados, confiamos también en que las acciones heroicas del caudillo son las que van a salvarnos del destino fatal que un dios nos puso por delante.
Satanizamos a todo aquel que no esté de acuerdo con nosotros, somos tan obtusos en el diálogo con quien piensa diferente como lo fueron los cruzados y la Inquisición erradicando la peste de otras creencias en Europa y tristemente nos refugiamos en el caudillo o en su contraparte para sustentar nuestras decisiones democráticas. Nos volvemos entonces caudillistas o anticaudillistas, uribistas o antiuribistas, petristas o antipetristas, santisas o antisantistas; nos convertimos en votantes ideales para aquellos que quieren convencernos de que la coyuntura política que vivimos es histórica, única, decisiva y que no apoyarlos es preparar el camino para la hecatombe.
Yo no creo en la existencia de un dios todopoderoso, ni creo en mesías salvadores; no creo en super héroes  con poderes sobrenaturales (el único que me gusta es Batman cuyo único superpoder es el dinero) ni mucho menos en caudillos generados por el designio divino para salvar sociedades.
Yo creo que la transformación de las sociedades se da precisamente como una construcción colectiva, pero infortunadamente siento que en Colombia estamos cada vez más lejos de esa búsqueda en grupo de soluciones reales para nuestra sociedad. Optamos por la vía fácil de acomodarnos detrás de un caudillo y gritar improperios a la gente del otro bando sin escuchar sus razones, sin dialogar con ellos, sin proponer tesis y antítesis para encontrar soluciones. Preferimos la pelea al diálogo, la confrontación a la construcción, preferimos matarnos por el color de la camiseta que llevamos puesta antes de reconocer que el otro, el que piensa diferente, también es dueño de esta patria y hace parte de este pueblo.

Sin importar el resultado de las elecciones del próximo domingo, la mitad del país celebrará con regocijo la victoria del mesías y la otra mitad se lamentará por la entronización del demonio y, para bien o para mal, ninguno de los bandos estará del todo en lo correcto. No es más que un mesías o un demonio de turno, porque todavía no hemos aprendido – en 200 años de historia como república – a buscar el bien como colectividad, como partido, y a dialogar entre colectividades para procurar el bienestar de todos.

lunes, 19 de mayo de 2014

La gente indicada

Tengo dos sobrinos. Penélope cumplió dos años en diciembre y Antonio cumplirá uno en agosto. Son dos monitos divinos que por cuestiones de la genética sacaron los ojos azules de mi papá. 
Penélope y Antonio son dos montañeritos, hijos de gente del Eje Cafetero, de Antioquia, de Bogotá, de Boyacá, del Huila. Ellos no lo saben, pero son colombianos. 
Ser colombiano es un accidente, una mera decisión de la probabilidad como lo son los ojos azules de mis sobrinos. Ellos todavía no saben que son colombianos, no comprenden en qué sociedad nacieron aunque Penélope ya canta fragmentos del Himno Nacional, al que se refiere como "oh gloria".
A veces me da un poquito de tristeza que mis sobrinos sean colombianos. Veo en ellos todo el potencial de grandeza que tienen todos los seres humanos pero siento que, bajo las circunstancias actuales, ser colombiano es un accidente de esos que juegan en contra de uno.
En un abrir y cerrar de ojos Penélope y Antonio habrán superado la barrera de los 30 años y entonces serán colombianos desencantados como yo, que a estas alturas de la vida prefiero mirar mi país desde lejos y pasar todo el tiempo que pueda por fuera de él. 
Las noticias de los días recientes me entristecen y no me entristecen por mí, sino por Penélope y Antonio. A veces desearía que mis mayores hubieran tomado mejores decisiones, que hubieran escogido a los líderes indicados en algún momento de estos 200 años de democracia por los cuales sacamos pecho ante el mundo. 
¿Pero es en realidad Colombia una democracia? ¿Podemos llamar democracia a ese ejercicio nefasto de abuso del poder que ocupa los titulares de las noticias por estos días? ¿Es en realidad una democracia ese monstruo electoral que nos está ofreciendo como opciones viables la mafia del gobierno de turno y la mafia del gobierno pasado? ¿Es en realidad una democracia esta sinsalida en la que los medios tratan de convencernos de que las únicas opciones son dos frentes de criminales que en el fondo hacen parte de la misma ralea de hampones que una vez nos impusieron el Frente Nacional?
No creo que eso sea una democracia, eso no fue lo que me enseñaron en el colegio cuando me hablaban de la hermosa democracia que nos garantizaría la constitución del 91.
No creo, tampoco, que todo esté perdido. No creo que esas sean nuestras únicas opciones, aunque la probabilidad indica que la suerte del país, por lo menos durante los cuatro años que vienen, está echada.
Ojalá en algún momento, más temprano que tarde, hagamos lo que nuestros mayores no hicieron y empecemos a escoger a la gente indicada, a ver si esa democracia funciona, a ver si esa colombianidad accidental nos da motivos para sacar pecho ante el mundo. 
Ojalá cuando Penélope y Antonio superen la barrera de los 30 no sean colombianos desencantados, como yo. Para bien o para mal, el futuro de mis sobrinos no está del todo en sus manos, sino en las manos de nosotros, los colombianos de hoy, que somos los que tenemos que decidir entre las dos caras de la misma moneda criminal o aprender la lección y corregir el rumbo.

viernes, 17 de enero de 2014

Un juguete llamado lenguaje

Mi sobrina ya tiene dos años de edad. Se llena de felicidad cuando arroja cosas al suelo y después corre a decirnos a todos que "la cuchara se cayó". Repite las palabras que oye en la casa e incluso trata de pronunciar de la mejor manera posible las consonantes que le cuestan más trabajo. A nosotros nos divierte pedirle que repita polisílabos y es cada vez más difícil encontrar palabras que no pueda imitar bien.
Mi sobrino ya tiene cuatro meses de edad. Parece que durante la temporada decembrina descubrió que tiene un aparato fonador que le sirve para llamar la atención de su madre, de su padre, de su tío o de Picante (el gato). Hay momentos en los que se embelesa con el sonido de su propia voz y grita emocionado cuando logra agarrarse los pies con las manos.
Mis sobrinos están descubriendo con alegría un juguete llamado lenguaje. En la facultad de comunicación nos repetían a cada rato que era el lenguaje articulado lo que en realidad nos separaba de los animales y nunca antes me había parecido tan maravillosa esa idea como ahora, cuando he sido testigo de cómo mis sobrinos empiezan a demandar cosas del mundo a través de su voz y su palabra. 

jueves, 12 de diciembre de 2013

Crash


Felipe es el hermano mayor de un amigo mío. De hecho es el segundo de tres hermanos y Juan David - el menor de los tres - ha sido mi amigo durante más de 15 años ya. Felipe y su hijo Jerónimo fueron atropellados esta mañana por una mujer que conducía su automóvil con exceso de velocidad y que - según se publicó en El Tiempo - tenía algo de alcohol en su torrente sanguíneo. La noticia publicada en El Tiempo, de hecho, afirma que fueron atropelladas cuatro personas más (dos hombres y dos niños) pero ellos no registran lo que sucedió con Felipe y Jerónimo, ya que fueron trasladados a un centro asistencial distinto. Lo de Felipe lo leí en La Patria y lo confirmé a través de mis amigos.
Me cuentan que Juan David está tranquilo, a pesar de que Felipe ha sido sometido a dos intervenciones quirúrgicas y pasará a cuidados intensivos, en medio de un coma inducido.
Las noticias generan empatía cuando hay nombres de por medio, cuando hay historias, cuando hay caras conocidas, cuando uno siente que el del titular pudo haber sido uno. Tal vez por eso fue que me fui desencantando lentamente del periodismo, se me hizo inhumano y triste en el camino.
La casa en la que crecieron mi amigo y sus hermanos solía estar siempre iluminada en navidad por decenas de juegos de luces. Llenaban los arbustos del antejardín, las ventanas, las puertas. Mi mamá me dijo que se iba a poner a rezar por ellos, que había que tener fe en que todo iba a salir bien.
¿Y los que no rezamos? Lo único que puedo hacer mañana temprano es llamar a Juan David y decirle que si en algo puedo ayudar, cuente conmigo. Allá, en la casa de mi amigo y sus hermanos, se quedó un pedazo de mi adolescencia; dejé unos besos en la sala, en la cocina y en el garaje, dejé lágrimas y dejé sonrisas. Parte de lo que uno ha sido se queda en la gente y los espacios que ha querido.
¿Y los que no rezamos? Lo único que puedo hacer es esperar que todo salga bien. Nada más. 

martes, 29 de octubre de 2013

Aeroplano

Cuando despegamos apenas iba a amanecer. Varios pasajeros cerraron sus ventanillas porque ahí venía el sol de la mañana pero yo me preparé a presenciar ese espectáculo increíble de dejar el suelo y recorrer en horas lo que en otros tiempos hubiera tomado días o semanas. 
Unos segundos después de despegar se podían ver los edificios del centro de Nashville, las luces iluminando los barrios de aquellos que aún no despertaban, los carros moviéndose por la Interestatal por la que María Elisa ya iría de regreso hacia Murfreesboro. 
Con toda la tristeza que da despedirse aún me emociona subirme a un avión, aún me parece un poco milagroso estar a miles de metros sobre el suelo y moviéndome a velocidades increíbles sin notarlo.
Atravesamos una barrera de nubes y murió la noche. El sol entró de lleno por las ventanillas del costado izquierdo como si el amanecer hubiera sido apenas cuestión de segundos. Volví a sentirme conmovido como la primera vez, como esa tarde en la que viajé por primera vez de Manizales a Medellín. En un par de horas vendrían los Everglades, el Océano Atlántico, las playas y los edificios de Miami, la noche lluviosa en Bogotá.
Sigo sintiendo que volar es un milagro contemporáneo.

martes, 17 de septiembre de 2013

Jeremy

Ya habían pasado más de 90 minutos desde el momento en el que Jeremy entró a la casa a tratar de arreglar el servicio de Internet cuando María Elisa se metió a la ducha y nos quedamos a solas en la sala. El módem se estaba reiniciando una y otra vez. "El juego de la espera" dijo Jeremy, antes de preguntarme si iba a la universidad. "No", dije yo, "es ella quien va a MTSU, yo solo estoy de visita".
Después de otro silencio en ese juego de la espera me dijo que en el colegio había estudiado algo de español, pero que no había entendido casi nada de lo que María Elisa y yo hablábamos entre nosotros. Me preguntó de dónde éramos y me dijo que tenía una muy buena pronunciación, lo cual me hizo sentirme un poco incómodo porque en realidad mi pronunciación no es algo que me enorgullezca. Me preguntó mi edad y por un momento la olvidé. No estaba seguro, nunca estoy seguro de cuántos años tengo desde el momento en que cumplí 18 años. "Treinta y dos" le dije y la respuesta me asombró un poco. Jeremy empezó a jugar con su argolla de matrimonio y me dijo que él tenía 26, que estaba casado, que tenía dos hijos y que a veces se sentía terriblemente viejo. Por un momento alcancé a ver en sus ojos el adolescente apuesto que había sido pocos años atrás. Le dije que mi papá siempre dice que es su salud la que le recuerda que está viejo, pero que sigue sintiendo y pensando las mismas cosas desde los 25 años. Se rió un poco. Le dije que Tennessee me gustaba mucho, que la gente me parecía muy amable, que había vivido los últimos diez años en una ciudad de ocho millones de habitantes y que era bueno encontrarse por ahí con gente que sonríe y dice buenos días y que todo eso me recordaba un poco a mi ciudad natal. Jeremy me dijo que había vivido toda su vida en Hendersonville, un pueblo que queda a 10 minutos al norte de Nashville, que una vez tuvo unos amigos mexicanos y una amiga peruana y que le gustaría volver a hablar algo de español. Me agradeció que le ofreciera algo de tomar pero dijo que no tenía sed. Pensé en otras circunstancias podríamos hasta tomarnos una cerveza. Me preguntó cuántos años tenía mi papá y me dijo que probablemente cuando estuviera cerca de los sesenta él también volvería a sentirse joven. 
Cuando nos despedimos no hubo un apretón de manos. El módem nunca se reinició satisfactoriamente.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Bailar en Pareja

Saber bailar era una ventaja competitiva. Nos permitía entablar conversaciones largas con adolescentes atractivas que de otra forma no habríamos podido abordar y a veces hasta nos permitía salir con algún número de teléfono y eso era todo un logro para nosotros los bajitos, feítos, inseguros o poco agraciados que casi siempre terminábamos cumpliendo el papel del mejor amigo que oye las penas de aquella que desean y que sufre por otro como en "Amiga Mía" de Alejandro Sanz.

Bailar en pareja era nuestro modus operandi, una de las escasas herramientas de socialización que nos permitía ir más allá del "cómo te llamas" el "dónde estudias" el "en qué año estás" y el "si crees que el álgebra es dura espera a que empieces con el calculo". 

Saber bailar era una ventaja competitiva y en el salón solo Murillo, Beto y yo dominábamos la salsa, el merengue, el vallenato, el house noventero y los bailes colectivos como el Meneaíto, el Carrapicho, la Macarena y todo el repertorio de las minitecas noventeras.

Bailar en pareja era todo lo que uno quería antes de regresar a casa a media noche; sentir el bamboleo tímido y febril de la cintura apretada y la cadera generosa de una manizaleña joven al final del siglo pasado. 

Bailar en pareja lo era todo hasta que unas amigas viajaron en 1998 a San Andrés y se trajeron en la maleta un disco de El Chombo. Yo no sabía en aquel entonces lo que ese disco iba a significar en nuestras vidas, pero de ahí en adelante empezamos todos a bailar en círculos, haciendo exhibiciones de un sabor que ninguno de nosotros tenía y dejándome sin la ventaja competitiva que tuve hasta el momento en el que terminé el colegio. 

Se acabó el 98, pasó el año de servicio militar, empezó la universidad y bailar en pareja ya no era lo mismo. Años después llegó el tropipop y al baile en círculo se le sumó el aplauso y la pose costeña. Yo me dediqué a leer, a escribir, a hacer música, me dejé crecer la barba y el pelo y vi películas raras. En algún lugar tenía que encontrar otra venta competitiva. 

Ya no bailo tanto en pareja. Las cinturas de las mujeres de mi edad son cada vez menos estrechas y las caderas son cada vez menos firmes y cada vez hay más "cómo va el trabajo" y "cómo van los niños".

Parece que estoy nostálgico. Necesito un whisky.

martes, 10 de septiembre de 2013

Jessica

Había solicitado viajar junto a la ventana, pero la azafata me pidió amablemente que le cediera mi silla a una rubia pequeñita y sonriente que había llegado muy encartada con dos pequeñas obras de arte envueltas en cartón y que deseaba ubicar entre su silla y lo que en mi infinita ignorancia llamaré en este momento “pared del avión”.
Esta es la tercera vez que vengo a Estados Unidos y cada vez se me hace menos extraño que las mujeres les hablen a los hombres sin un motivo aparente; así que ya no siento que alguien me esté coqueteando al tratar de entablar una conversación amistosa.
Jessica me contó que había vivido en Bogotá durante un año, que cada vez que regresaba a Nashville le sorprendía más el acento marcado de sus paisanos y que entre más conocía el mundo menos apegada se sentía a la ciudad que la vio nacer. Yo le conté que venía a visitar a mi novia, que me sucedía lo mismo cada vez que iba a Manizales y que justo ahora la idea de ser un nómada se me hacía cada vez más atractiva.
Jessica me contó también que después de haber trabajado con el gobierno colombiano se fue a vivir a Afganistán y que ahora venía a pasar un mes con su familia antes de ir a hacer trabajo social a Malí. Las obras que traía envueltas en cartón, por cierto, habían sido un regalo hecho por un grupo de mujeres con el que había pasado unas semanas.

Valió la pena haberle cedido mi silla a Jessica. Nunca le dije mi nombre. No creo, tampoco, que vuelva a verla.

Destino Chocolate

Quiromancia, astrología, numerología, tarot, baraja de los ángeles, lectura del tabaco; durante la adolescencia me interesé en toda clase de suertes adivinatorias pero ninguna fue tan descabellada, irracional y llena de sorpresas y calorías como el oráculo de las Chocolatinas Jet.
Me sentaba en la cafetería con los amigos de la universidad después de la primera clase (que casi siempre se acababa a las nueve o diez de la mañana) y solíamos hablar de cualquier cosa, estudiar para la clase siguiente o apostar algunas monedas a la baraja francesa. Mi combinación de media mañana solía incluir café negro, una chocolatina Jet y – dependiendo del ánimo – un Derby que me fumaba sin afán y sin preocupaciones cuando todavía se podía echar humo en un espacio cerrado.
La lámina, la figurita, la mona, el cromo (o como decidamos llamar a la imagen impresa que acompañaba cada chocolatina) servía para pegarse en un álbum de Historia Natural que casi ninguno de nosotros pudo llenar pese a los esfuerzos. A Octavio Escobar le sirvió para hacer literatura, a mí para crear mi propio oráculo y leer a mitad de cada mañana cómo iba a ser mi día dependiendo de la descripción del animal, la planta, el planeta o la era geológica que viniera con cada chocolatina.
Guardé muchas de las figuritas con especial esmero, particularmente cuando su descripción solía predecir de forma acertada lo que me depararía el día; así que por ahí quedaron recuerdos de un día tigre, un día pleistoceno, un día dodo, un día helecho o un día Venus. Varios años más tarde mi hermano Manuel tomó muchas de esas figuras para forrar las tapas de un cuaderno donde describió la pena de un amor maltrecho y tomó también las notas de lo que haríamos para producir nuestro segundo disco.

Esta es una mañana soleada y escribo desde la cafetería de una universidad en el centro de Tennessee. No hay chocolatinas Jet, el café que se consigue aquí es peor que malo y ya no fumo (y aunque lo hiciera no podría echar humo en un espacio público). Vaya uno a saber qué me depararía hoy el oráculo de las chocolatinas. Podría este ser un martes pavo real, un martes australopiteco, un martes sapo de Surinam o un martes catleya; un martes afortunado a un martes negro como el café que quiero tomarme y como los que temen los norteamericanos cuando despiertan sus recuerdos de septiembre.