viernes, 31 de agosto de 2012

Salto con Garrocha

Suelo olvidar mis sueños. La semana pasada, sin embargo, tuve uno de esos sueños incoherentes que uno recuerda días después y no suele entender bien; ni el contexto, ni los motivos ni la moraleja del sueño parecen estar claros.
Soñé que estaba junto a una terraza, en el cuarto o quinto piso de un edificio residencial de un lugar indeterminado que parecía ser un barrio junto al Mediterráneo (en los sueños uno simplemente sabe esas cosas y ya). Cerca a mi silla había un pequeño foso, de esos en los que los atletas apoyan las pértigas cuando van a saltar. Al otro lado del pasillo estaba mi hermano, quien se disponía a intentar un salto al vacío. Traté de detenerlo, le dije que era una estupidez que tratara de saltar; que el espacio entre las dos calles era estrecho pero que indudablemente la garrocha lo impulsaría hacia arriba (no hacia el frente) y que terminaría en medio de la calle. Manuel me dijo que él tampoco sabía hacia donde iba, que saltar era su forma de sentirse libre y que a veces las decisiones de uno ni siquiera estan en sus manos.
Manuel tomó carrera, encajó la pértiga en el foso y en vez de llegar hasta el edificio del frente o terminar en la acera, se elevó sobre el Mediterráneo de tal manera que ya no pude volver a verlo. Pensé en Dédalo e Ícaro. Antes de despertar le di un último sorbo a mi vaso de whisky. 

miércoles, 22 de agosto de 2012

Lucky Man II


La escena era más o menos la misma de hoy: El relojito de pared pasaba de las 12, mi mamá y mis hermanos dormían mientras yo evitaba fundirme antes de tiempo, por cuenta de una obligación académica desagradable. 
Iba a cumplir 19 años y estaba terriblemente cansado de vivir. Necesitaba un respiro, una señal de que todo podía mejorar. Por esos días no se trasnochaba uno frente al computador, sino acostado leyendo o con el televisor prendido. Estaba revisando algún documento de la universidad y en MTV empezaron a pasar la versión gringa del video de Lucky Man. Cerré el paquete de fotocopias y empecé a prestar atención a la señal que estaba esperando. Sonó el teléfono fijo - ya no recuerdo quién llamó - y una de mis hermanas se despertó con el ruido y fue la primera en desearme felicidad.
La llamada con el Happy Birthday Mr President, los mensajes de cariño sonando en el celular, las palabras de aliento del gran amigo, los buenos deseos de mi doppelganger, los gemidos de mi sobrina en su cama, el abrazo esperado de mi mamá, los buenos deseos de mis hermanas que acaban de entrar de cine (son ellas ahora las que tienen 19), todo eso me recordó hoy - doce años después - que soy un tipo afortunado, que las señales de que todo puede ser mejor están repartidas en dosis cotidianas, que el amor se recibe en la medida justa, en el momento indicado y de la gente adecuada.
Soy un hombre afortunado, con fuego en las manos y aire en el corazón para alimentarlo.

lunes, 20 de agosto de 2012

Jazmín de Noche

Y soy como un náufrago, porque tu cuerpo es mi hogar.
Cuando Te Vas – Gatoblanco - 2006

En el antejardín de la casa - al lado de la iglesia cristiana - había un arbusto de jazmín que perfumaba casi toda la cuadra. Yo llegaba caminando de la universidad y el olor del jazmín me daba la sensación de descanso, de hogar. O bien podía llegar muy tarde en el carro, parquearlo y salirme al antejardín a oler el jazmín y a pensar la vida antes de que llegara Salustiano el vigilante a ponerme conversación o antes de que mi mamá se asomara por la ventana de mi cuarto para ver por qué no entraba.
En Chipre hay varios jazmines. Uno sale a caminar por Falda Plana, por Dumbo, por la cuadra de Duques de Gandía y puede oler los jazmines a intervalos. A dos cuadras de mi casa, en La Soledad, hay un arbusto de jazmín que me devuelve esa sensación hogareña cuando salgo de noche a comprar cualquier tontería en Carulla. Me paro a olerlo un poco, pienso la vida, Salustiano no llega, mi mamá no se asoma por la ventana de mi cuarto y en vez de eso me recuesto sobre tu pecho, te huelo, me acaricias la cabeza y siento que estoy en mi casa. Es una sensación muy parecida a la que me dejan los jazmines de noche.
No sé hacia donde nos lleva esta historia, cómo vamos a resolver los inconvenientes logísticos o qué nos depara el futuro, pero por ahora me gusta simplemente poner mi nariz o mis orejas sobre tu esternón, oír la canción de tu corazón acelerado, respirarte como si a través del olor pudiera robarme pedazos de tu alma, sentir que me mudé, que ahí – ahora – está mi casa.

lunes, 13 de agosto de 2012

Romance

No se explica uno, a veces, cómo es que funciona el mundo; cómo es que la gente se encuentra en situaciones aparentemente adversas que resultan ser perfectas, o viceversa. No me alcanzan las palabras de cordura o el espectro de la racionalidad para hablar de ti, así que la cursilería es el único camino posible.
Cuando te miro a los ojos veo una largada, veo siempre un punto de partida; veo metas compartidas y un camino de altas y bajas para recorrer juntos; y puedo jurarte que no tenía esa certeza desde hace muchos años (son tiempos que veo distantes, como si se tratase en realidad de otras vidas).
Ya no le temo al tiempo ni a la distancia; le temo a no reconocer el camino adecuado cuando esté ante mis pies. Las lágrimas serían la vía fácil, pero no son necesarias. Será como cerrar los ojos durante un tiempo para volver a abrirlos cuando te tenga en frente e irme por ahí tarareando una canción de Leo García que me recuerda que el amor - sea bajo las circunstancias que sea - es una fortuna a la que no todos accedemos.

miércoles, 8 de agosto de 2012

Cíclopes

El séptimo capítulo de Rayuela, con el paso de los años, puede haberse convertido en un cliché, en un perdido caballito de batalla que funcionaba muy bien alrededor de los 20 años pero que acercándose a los 30 se parece - si es mal usado - a la vergüenza de jugar "pico de botella" con el fin de dar un primer beso.
Pero mirarnos de cerca, justo en ese punto en el que ni siquiera ojos tan saludables como los míos logran enfocar los objetos; es la mejor manera de revivir esa tontería adolescente, esa dicha novedosa en la que se mezclan en un cuadro desenfocado los ojos desorientados y las cejas despeinadas que ahora trato de poner en su lugar con una sutil caricia de mi mano derecha. 
Seamos cíclopes. Cíclopes embadurnados de cariño, poéticamente torpes y sinceros; cíclopes alegres como niños, inmensamente felices mientras nos sea posible.