Estoy sentado con el vaso de ron en la mano derecha. La conversación fluye y la empatía es genuina. Minutos antes de nos embarquemos en un beso largo y contemplativo - mientras su amiga va al baño - hago algún comentario ingenioso o digo alguna tontería y ella me da un beso en la mejilla. Yo sonrío y por debajo de la mano que sostiene el ron, paso la mano izquierda y recibo su mano derecha. Veo cómo mueve sus pies debajo de la mesa, retorciéndolos y llevándolos a una posición inverosímil, con la gracia que sólo tendría una adolescente en su uniforme de colegio.
Pero son unos zapatos rojos de tacón y ya estamos grandes. Estoy sentado con un vaso de ron en la mano derecha. Me pregunto quién es ella, qué vino ella a hacer en mi vida o qué voy a hacer yo en la suya. Su amiga se disculpa por la ausencia y se va para el baño.
Pero son unos zapatos rojos de tacón y ya estamos grandes. Estoy sentado con un vaso de ron en la mano derecha. Me pregunto quién es ella, qué vino ella a hacer en mi vida o qué voy a hacer yo en la suya. Su amiga se disculpa por la ausencia y se va para el baño.