Llevaba mucho tiempo (más del que quisiera) sin salir a postrear y cafear con Carolina. Con ella las conversaciones siempre se mueven por lugares donde terminamos inevitablemente analizando el estilo de vida que llevamos y hoy terminamos hablando de lo complicado que es para esta generación de transición interpretar los nuevos lenguajes a los que nos vienen acostumbrando las redes sociales.
Lamentamos un poco que la simplificación de la comunicación nos lleve a terrenos tan ambiguos como las infinitas posibilidades de interpretación que pueden darse al pulgar de Facebook, la estrella de Twitter o el corazoncito de Instagram. ¿No lo sienten ustedes también? ¿No sienten esa ambigüedad en la que nos movemos al interactuar con los demás en Internet? ¿No les agobia?
Ahora bien, si es complicado interpretar los pulgares, los corazones y las estrellas recibidas; es aún más complejo interpretar los pulgares, los corazones y las estrellas que entregan y reciben los demás. Esas interpretaciones como espectador sí que son terreno fangoso.
Sucede que me canso (nos cansamos, porque a Carolina también le pasa) de esa interacción simplificada, de esos pulgares, de esos corazones y de esas estrellas; de esa ilusión de amistad y de contacto, de ese espejismo cotidiano en el que nos sumergimos todos los días.
La conclusión - si es que hay alguna - es que es bueno salir a postrear y a cafear de vez en cuando. Intercambiar palabras en vez de íconos, derramarse en prosa, compartir angustias y expectativas que son imposibles de resumir en esos espacios, conversar como cuando éramos adolescentes y nos escribíamos cartas a mano o nos pegábamos del teléfono fijo, antes de toda esa revolución 2.0 que nos conecta, nos acerca, nos dibuja espejismos y nos tiene comunicándonos - a los 30 - con mucha menos elocuencia de la que manejábamos a los 15.