domingo, 7 de septiembre de 2014

Jazmín de Noche

Leí tres cuentos de José Eduardo Agualusa mientras me comía dos pasteles hawaianos y me tomaba un café con leche en esa panadería de la esquina en la que convergen seis calles de Chipre y por consiguiente hay choques de carros a cada rato. En vez de caminar hacia mi casa por la ruta habitual preferí caminar por Faldaplana a ver si olía de nuevo el arbusto de jazmín que estaba frente a la casa donde viví a principios de este siglo, porque ese olor a jazmín de noche es una de las pocas cosas que me hacen sentir en casa. 
Hay días en los que siento que Chipre ha cambiado y días en los que siento que Chipre es el mismo, pero parece ser que la casa de los Mosquera fue dividida en dos domicilios distintos y es una lástima porque esa casa era enorme y hermosa por dentro, pero para qué una casa tan grande ahora que ya no hay con qué tener familias numerosas. Y la casa de los Mosquera no es la única que ha cambiado, porque mirá como le cambiaron la fachada a la iglesia cristiana, ojalá también con la remodelación haya cambiado un poquito la acústica, aunque lo bueno de vivir al lado de una iglesia cristiana es que a veces uno puede oír a la gente dedicada a cantar y a rezar mientras uno tiene ese sexo emocionante de las primeras veces, de ese final de la adolescencia o del principio de la vida adulta, y qué hay mejor que ese sabor dulcecito del pecado cuando los demás están rezando. 
Pero qué lástima que hayan cortado el arbusto de jazmín porque por eso es que estoy caminando por esta cuadra y qué lástima que hayan remodelado también la casa en la que yo vivía, junto a la iglesia cristiana y le hayan puesto esas ventanas tan feas en aluminio y hayan convertido la sala en otro garaje. Pero bueno, es que crecimos y se acabó la adolescencia y todos nos fuimos de Faldaplana y parece ser que ahora están vendiendo la casa de al lado de las tías de Berrío, esa casa donde una vez fui a una novena navideña y en una rifa me gané un balón con el que después jugamos fútbol varias veces ahí mismo, ahí en la calle. La casa de las tías de Berrío sí parece ser la misma aunque no recuerdo bien cómo era esa casa por dentro porque la vez que yo entré a esa casa todo estaba a oscuras porque mis amigos habían alquilado Twister y yo tuve que repetirme después la película porque mientra ellos la veían yo me dedicaba a darme besos con Paula Botero, que quién sabe qué habrá pasado con ella y dónde se habrá ido a repartir besos porque ya no le alcanzaron todos los amigos de Chipre. Eran besos buenos los de Paula, mejores que los de Pato, aunque con Pato solo me di el primer beso en la casa desocupada de Ronald que cogimos de sede social para hacer fiestas y para jugar todas las variables posibles de Escondite y fue en una de esas sesiones de Escondite en la que Pato me encontró en el lavadero de ropas y me dio el beso que tenía que darme porque así eran las reglas del juego y a mí me daba un poco de pena confesarle que ese era mi primer beso y que me parecía que ella, que tenía 13 años, tenía toda la experiencia del mundo. 
Ve, pero huele a jazmín, no cortaron el arbusto de la esquina y ese es precisamente el olor que yo estaba persiguiendo y me da un poquito de ganas de llorar ahí, frente a la casa de Leo, que me llamó ayer en la tarde a contarme que estaba muy triste por la muerte de Cerati y que se acordaba de esas veces en las que él y yo nos íbamos para mi casa a tomar brandy y a oír los discos de Soda Stereo, que por esos días estaba a punto de separarse y no iba a venir a Colombia. 

Y en esta otra cuadra todas las casas también las remodelaron, a tal punto que ya no sé cuál es la casa de Yepes y no sé si la mamá de Yepes todavía viva por acá. Lo que sí me contaron fue que Luzma también volvió a Manizales, a vivir a la casa de sus padres, esa casa de toda la vida que ya es un poco menos azul que hace 20 años cuando yo la conocí montando en bicicleta con Ronald y con mi hermano. La casa del Oso también la remodelaron y me imagino que ahí sigue viviendo su familia porque veo a su papá a veces caminando por aquí cerca muy cabizbajo y porque desde mi casa se alcanza a recibir la señal de una red de WiFi que se llama Familia Henao Salgado. Y ahí está también la casa del ex ciclista que arregla bicicletas y la sede de Vinos Duques de Gandía que ya no tiene letrero y que ya no sé si produce vinos y esa casa horrible y húmeda donde mi mamá se fue a vivir cuando se quebró la empresa familiar y no tenía con qué pagar una casa decente para ella y mis hermanas. 
Y parece que no caminé cuatro cuadras sino 20 años y me parece que Chipre huele un poco menos a hogar, un poco menos a jazmín de noche; me parece que era más intenso el olor del jazmín cuando estaba llegando a mi casa en La Soledad o el olor de esa flor en la entrada de la casa en Murfreesboro, pero supongo que la vida es así y los recuerdos en realidad parecen tener olores más intensos que los olores reales o es que en verdad con el paso de los años estoy perdiendo el sentido del olfato y todas estas casas van a ser remodeladas también pronto y Chipre ya no será Chipre y ya no se chocarán los carros en la intersección de seis calles frente a la panadería.
   

1 comentario:

  1. Ah, el jazmín... http://replicaoriginal.blogspot.com/search?q=olores a mi me parece que si hay un olor asociado a un recuerdo, a una persona, ese recuerdo se hará más intenso y duradero que sin el olfato... El olfato, nuestro sentido más animal al decir de los científicos... que nos trae recuerdos que nos asaltan sin permiso y en el lugar más inesperado...

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