sábado, 7 de junio de 2014

Caudillismo y mesianismo

No me produce más que preocupación ver a la opinión pública colombiana tan dividida, tan polarizada y tan agresiva con el vecino como en estas elecciones presidenciales, en esta segunda vuelta en las que las circunstancias nos han puesto a escoger entre opciones que no estaban ni remotamente cerca de ser las mejores porque así es la democracia y eso es lo que bajo las reglas de juego quiere la mayoría.
Y me preocupa ver cómo nuestras opiniones o nuestras simpatías políticas se ven determinadas por figuras personales y no  por ideas colectivas. Esa democracia de dos siglos de la que nos ufanamos, construye y fortalece opiniones alrededor de las tesis de un individuo, de su carácter personal y no de las ideas comunes sobre el bienestar de la sociedad que caracterizan un partido. Nuestra democracia es caudillista, nunca partidista.
Pero tampoco es que podamos esperar mucho más en autodenominado País del Sagrado Corazón de Jesús. Los colombianos estamos mal educados como casi todas las sociedades mayoritariamente católicas del mundo. Y así como colectivamente creemos en la existencia de un creador que nos puso en el mundo y en un mesías dispuesto a morir por nuestros pecados, confiamos también en que las acciones heroicas del caudillo son las que van a salvarnos del destino fatal que un dios nos puso por delante.
Satanizamos a todo aquel que no esté de acuerdo con nosotros, somos tan obtusos en el diálogo con quien piensa diferente como lo fueron los cruzados y la Inquisición erradicando la peste de otras creencias en Europa y tristemente nos refugiamos en el caudillo o en su contraparte para sustentar nuestras decisiones democráticas. Nos volvemos entonces caudillistas o anticaudillistas, uribistas o antiuribistas, petristas o antipetristas, santisas o antisantistas; nos convertimos en votantes ideales para aquellos que quieren convencernos de que la coyuntura política que vivimos es histórica, única, decisiva y que no apoyarlos es preparar el camino para la hecatombe.
Yo no creo en la existencia de un dios todopoderoso, ni creo en mesías salvadores; no creo en super héroes  con poderes sobrenaturales (el único que me gusta es Batman cuyo único superpoder es el dinero) ni mucho menos en caudillos generados por el designio divino para salvar sociedades.
Yo creo que la transformación de las sociedades se da precisamente como una construcción colectiva, pero infortunadamente siento que en Colombia estamos cada vez más lejos de esa búsqueda en grupo de soluciones reales para nuestra sociedad. Optamos por la vía fácil de acomodarnos detrás de un caudillo y gritar improperios a la gente del otro bando sin escuchar sus razones, sin dialogar con ellos, sin proponer tesis y antítesis para encontrar soluciones. Preferimos la pelea al diálogo, la confrontación a la construcción, preferimos matarnos por el color de la camiseta que llevamos puesta antes de reconocer que el otro, el que piensa diferente, también es dueño de esta patria y hace parte de este pueblo.

Sin importar el resultado de las elecciones del próximo domingo, la mitad del país celebrará con regocijo la victoria del mesías y la otra mitad se lamentará por la entronización del demonio y, para bien o para mal, ninguno de los bandos estará del todo en lo correcto. No es más que un mesías o un demonio de turno, porque todavía no hemos aprendido – en 200 años de historia como república – a buscar el bien como colectividad, como partido, y a dialogar entre colectividades para procurar el bienestar de todos.

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