viernes, 17 de enero de 2014

Un juguete llamado lenguaje

Mi sobrina ya tiene dos años de edad. Se llena de felicidad cuando arroja cosas al suelo y después corre a decirnos a todos que "la cuchara se cayó". Repite las palabras que oye en la casa e incluso trata de pronunciar de la mejor manera posible las consonantes que le cuestan más trabajo. A nosotros nos divierte pedirle que repita polisílabos y es cada vez más difícil encontrar palabras que no pueda imitar bien.
Mi sobrino ya tiene cuatro meses de edad. Parece que durante la temporada decembrina descubrió que tiene un aparato fonador que le sirve para llamar la atención de su madre, de su padre, de su tío o de Picante (el gato). Hay momentos en los que se embelesa con el sonido de su propia voz y grita emocionado cuando logra agarrarse los pies con las manos.
Mis sobrinos están descubriendo con alegría un juguete llamado lenguaje. En la facultad de comunicación nos repetían a cada rato que era el lenguaje articulado lo que en realidad nos separaba de los animales y nunca antes me había parecido tan maravillosa esa idea como ahora, cuando he sido testigo de cómo mis sobrinos empiezan a demandar cosas del mundo a través de su voz y su palabra. 

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