sábado, 3 de abril de 2010

Comentarios Inútiles IX


1. No sé cuántas canciones he dedicado en la vida o a cuántas mujeres. Serán muchas las canciones y no tantas las mujeres, pero sí tengo la plena certeza de que son muchas menos las canciones que me han dedicado. A través de las canciones me han dicho que fui un error, que qué lástima habernos encontrado, que la vida era mejor antes de mí, que no existo. Hay una sola canción que me recuerda que alguna vez cumplí con una de las tareas más hermosas y difíciles que se le pueden ser encomendadas a un hombre: Hacer feliz a una mujer. No sabía que esta canción tenía un videoclip.

2. Y es que hacer feliz a una mujer no es cosa de darle todo lo que quiera, de darle todos los regalos que pida o llevarle todos los caprichos. Hacer feliz a una mujer no es cuestión de tratarla bien o de tratarla mal, no es cuestión de dinero o de seguridad, no es cuestión de caricias o de golpes (hay mujeres así). Creo firmemente a mis 28 años, cuando no sé qué se requiere para hacer feliz a una mujer, que lo importante es leerlas con paciencia, desenmarañar sus ideas, sacarlas del laberinto y servirles de apoyo. La cabeza de la mujer sigue siendo un misterio para mí. Estoy un poco cansado de revolotear, quisiera volver a hacer feliz a una mujer y encontrar mi felicidad a su lado.
3. ¡Flashback: Me encontré una copia digital de un diario que solía llevar hace años! Me gustó esta entrada: Septiembre 1 de 2004. Miércoles. 11:55 p.m. José Miguel Sánchez, de Los 40 Principales, dice que la música de Gatoblanco se parece a Moenia. Juan Carlos Unda, de La Patria, dice que yo canto como Camilo Sesto. Carlos García (mi amigo y ahora periodista de El Noticiero, de EPM TV) dice que tenemos elementos de trip hop. A mucha gente en Manizales le gustó “Vienes Bien”. Tanto, que después de 1 mes en rotación esta noche ocupamos el primer lugar en el top 10 de Los 40 Principales. Aquí en Bogotá son pocos los que saben de nosotros. Pero en Manizales estamos en el puesto número uno, por encima de Juanes y Don Omar (Juanes, admirable… Don Omar, imperdonable). Por encima del reggaetón. Por encima de tantas otras cosas. Es bonito eso. A la gente le gusta la canción y la gran mayoría ni siquiera sabe quiénes somos. Estoy seguro que mañana Juanes se va a trepar al primer lugar y nuestra canción va a empezar a descender. Bueno, qué más da. El video ya casi está listo… tenemos que hacernos a un nombre. Las disqueras no se interesan en nosotros. Pero esta noche, en la emisora con más audiencia en mi ciudad natal, tenemos el número uno. Y eso es bonito.
4. Flashback número dos y dejemos ya el diario quieto (así fue como nació Una Mentira): Octubre 5 de 2005. 11:25 a.m. No quería levantarme hoy de la cama. No sé si a los demás les pasa, pero hay un estado del sueño en que uno no quiere despertarse porque sabe que lo que va a encontrar cuando lo haga es más triste que lo que está soñando. Anoche soñé con ella, como nunca antes la había soñado; como nunca en aquel tiempo llegué a soñarla. Estábamos juntos de nuevo, hacíamos las cosas que haríamos si hoy estuviéramos juntos: íbamos a cine, íbamos a un parque, charlábamos. Me despertaba a su lado y veía su piel amarillenta brillando bajo las sábanas; nos despertábamos y empezábamos a besarnos como si fuera un ejercicio en el que ya estuviéramos curtidos. Hacíamos el amor y yo estaba a punto de llorar. Nos abrazábamos… ella prendía un cigarrillo… hablábamos de la fantasía que era estar juntos, de qué habría sido de nosotros si la historia hubiera sido otra. Le conté que amaba a otra mujer, me dijo que era entendible, que las circunstancias así lo ameritaban, le dije que era justo, que cuando había sucedido ella ya se había ido para siempre. Ya estaba muerta. Y al escuchar mis palabras no pudo ocultar su nostalgia. Pensé que no era normal soñarla a la edad de 24, así que asumí que por siempre tendría 16, aunque estuviera desnuda a mi lado, aunque viviera conmigo, aunque fumara, tendría siempre 16. Y la tristeza se le notaba en la cara. Cuando el sol empezó a entrar por la ventana de mi cuarto ella me llamaba desde el otro lado, desde la redondez de sus senos (que no conocí), desde una vida más cálida me pidió que no despertara. Y yo lo intenté pero mi esfuerzo fue inútil. De nuevo no logré despedirme. Y sentí unas ganas enormes de llorar en mi cama pero las lágrimas no salieron, y me de nuevo tuve 24 y ella se quedó de 16, desnuda, fumándose un cigarrillo al otro lado de la noche. No sé cómo… pero tengo que hablarle de nuevo, decirle todo lo que estoy sintiendo, todo lo que me ha pasado últimamente, contarle de las ganas inmensas de verla, de fumarme un cigarrillo con ella y ver de nuevo “The Nightmare Before Christmas”; de despedirme para siempre y dejarla tranquila, o de tener de nuevo 16 y despertar (como nunca lo hice) al lado de ella.
5. La última vez que amé el verso fue en aquella ocasión en que recité la Casida de la Mujer Tendida de Federico García Lorca. Fue un momento sublime, la verdad sea dicha y jamás he vuelto a recitar nada a nadie. Pero ahora odio el verso. Odio el verso reforzado, la rima consonante, las palabras acomodadas en función estructural por encima de la función estética a lo Ricardo Arjona. Durante años adolescentes creí que iba a ser un poeta, llegando incluso a escribir sonetos que hoy en día me avergüenzan. Y los conservo precisamente por eso, porque odio el verso y necesito que esa tortura endecasílaba me lo recuerde. ¿No es acaso paradójico que odie el verso cuando tengo que escribir canciones? No. En absoluto. Lo que odio del verso es la rigidez y me gusta escribir canciones que fluyan. Será tal vez por eso que siempre escribo las letras al final, porque es la letra la que debe obedecer a la lógica de la música y no al contrario. Algún día probaré el ejercicio contrario, pero no creo que sea hoy. Porque hoy odio el verso y lo hago sin esfuerzo. Porque leo poesía y la tripa se me enfría. Porque oír en radio a Arjona simplemente me encojona.
6. Y ya para despedirme de una entrada que atiende más a la necesidad de escribir que al hecho de tener algo que decir, les dejo una prosa poética sobre el tema de discusión de estos días con mis amigos más cercanos. ¡He ahí la musicalidad! ¡Y no es producto del verso! Increíble que un hombre de 74 años viera el amor de esa manera.

El Amenazado – Jorge Luis Borges (El Oro de los Tigres – 1972)

Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir. Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz. La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única. ¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras, la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó, el áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas, la serena amistad, las galerías de la Biblioteca, las cosas comunes, los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?
Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo. Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por las ventanas, pero la sombra no ha traído la paz.
Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo. Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles. Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar. Ya los ejércitos me cercan, las hordas. (Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)
El nombre de una mujer me delata. Me duele una mujer en todo el cuerpo.

1 comentario:

  1. Una entrada diversa.
    Decía Gadamer, como ya le he dicho a usted varias veces, que una conversación nunca se inicia o se termina, simplemente sucede y uno cae en ella o resulta en ella. Esta conversación antigua es paradójica y diversa. Empezar con hacer feliz a una mujer, pasar por el pasado, estacionarse, despotricar de la rima artificial y rematar con Borges. It looks like a love story. It looks like solitude. Pero a fin de cuentas, hemos seguido el hilo.

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