martes, 29 de octubre de 2013

Aeroplano

Cuando despegamos apenas iba a amanecer. Varios pasajeros cerraron sus ventanillas porque ahí venía el sol de la mañana pero yo me preparé a presenciar ese espectáculo increíble de dejar el suelo y recorrer en horas lo que en otros tiempos hubiera tomado días o semanas. 
Unos segundos después de despegar se podían ver los edificios del centro de Nashville, las luces iluminando los barrios de aquellos que aún no despertaban, los carros moviéndose por la Interestatal por la que María Elisa ya iría de regreso hacia Murfreesboro. 
Con toda la tristeza que da despedirse aún me emociona subirme a un avión, aún me parece un poco milagroso estar a miles de metros sobre el suelo y moviéndome a velocidades increíbles sin notarlo.
Atravesamos una barrera de nubes y murió la noche. El sol entró de lleno por las ventanillas del costado izquierdo como si el amanecer hubiera sido apenas cuestión de segundos. Volví a sentirme conmovido como la primera vez, como esa tarde en la que viajé por primera vez de Manizales a Medellín. En un par de horas vendrían los Everglades, el Océano Atlántico, las playas y los edificios de Miami, la noche lluviosa en Bogotá.
Sigo sintiendo que volar es un milagro contemporáneo.

1 comentario:

  1. Yo también siento eso cada vez que me monto en un avión. No creo que algún día deje de escoger ventanilla.

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