miércoles, 26 de diciembre de 2012

Ver a Lucas

Ayer se fue la luz en Chipre. Tenía trabajo para hacer, pero el apagón duró varias horas y no tuve más opción que entregarme al ocio y fue así como en una sola sentada leí casi 200 páginas de El Olvido Que Seremos, de Héctor Abad Faciolince. El libro entero es conmovedor porque es muy fácil identificarse con la familia del autor, con sus dolores, con sus costumbres. Cuando Cecilia, la mamá de Héctor, le dijo que ese día estaba cumpliendo años su difunta hermana; pensé en mis muertos, en mis amigos muertos que en esta memoria no dejan de cumplir años y que en algún otro plano tienen ahora también más de 30 años, como yo.

Salí en la noche a caminar con mi familia. Pasamos por el frente de Las Colinas, entonces  es febrero de 1997 y Lucas me llama desde el teléfono público del frente y me invita a reunirme con ellos a tomar aguardiente y a hablar de música y yo le digo que no, que estoy cansado; sin saber que esa es nuestra última conversación telefónica. Después de caminar un rato pasamos también por el frente de la casa donde Lucas vivía al momento de morir y es lunes y su mamá está sentada en su cama llorando y cae la tarde y nos dice que no la dejemos sola, que volvamos a su casa, que quiere seguir oyéndonos por todas partes y yo veo la primera de todas las canas que aparecerán en su cabellera en los meses por venir.
Pasamos por la cuadra donde solíamos reunirnos a mitad de la adolescencia y entonces me dice Lucas, parado en la puerta de la casa de Leo, que saque su diario de su computador si algo le llega a pasar en la moto y yo me río y le digo que deje de decir güevonadas.

Cuando llegamos a la casa de mi abuela, me llamó Mauricio, me dijo que me recogía en el carro y que hiciéramos algo. Fuimos hasta Villa Pilar a conocer el apartamento que ahora Leo comparte con su novia. Leo sacó un álbum de fotos porque ahí aparezco yo haciéndole una lectura de la baraja a mis amigos. Después de reírnos mucho llegamos a la parte del álbum de fotos en la que todos están reunidos en un asado celebrando el cumpleaños número 15 de Lucas, ese en el que su papá le regaló la moto en la que se accidentó cinco meses después. Así que ahora vamos juntos en la moto desde el colegio hasta Chipre. El viento nos despeina y yo lo veo todo claramente: Lucas deja de cumplir años, Lucas muere, Lucas no tiene más de 30 años sino que queda congelado en el tiempo y es por eso que en el futuro lo mantengo cerca. Si Lucas no se accidenta en esta moto entonces creceremos y tomaremos distancia, él escogerá una profesión y un estilo de vida que lo alejarán del mí, no nos veremos casi nunca, nos crecerá la frente, nos saldrán arrugas, nos pondremos barrigones y aunque siga recordando su fecha de cumpleaños se convertirá en un perfecto desconocido, en alguien que alguna vez fue mi amigo pero con quien ya no tendré nada en común, como muchos otros de esos amigos que suelen reunirse ahora conmigo en la calle, a mitad de la adolescencia.

4 comentarios:

  1. Carajo, qué vaina tan dura. Me hizo acordar de Catalina que murió de sobredosis y siempre tendrá 24 años.

    Saludos.

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  2. Nunca puedo evitar conmoverme por la muerte. Será porque también he vivido la de familiares muy cercanos. Me dejas pensando en eso de quedar congelados en el tiempo y que es cierto, pero a la vez muy triste porque uno no puede seguir construyendo recuerdos con esas personas que de repente desaparecieron. Y el tiempo pasa y borra una buena parte de ellos y deja apenas unas huellas. Creo que eso es lo que me llena de nostalgia.

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  3. Como si fuera ayer. He pasado un par de veces por su tumba y no consigo quedarme ni un segundo, cuando antes en esa mencionada adolescencia, ir a visitarlo y no olvidarlo parecía un procesa fácil de cumplir. 1997 fue un año lleno de muchas primeras veces para muchos de los que nos reuníamos en esas cuadras de Chipre por donde solía pasar Lucas en su moto... una de esas primeras veces fue llorar por la muerte de un amigo, hasta ahora el único amigo que he visto partir. Un abrazo en la distancia de los tiempos y de los años.

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  4. Juan Felipe Orjuela A2 de febrero de 2017, 15:07

    Inevitable no ser invadido por la nostalgia con este buen relato, pero por duro que parezca, es en si la vida misma.

    Todos tenemos nuestros "Lucas" y algunos una que otra "Karol" como la que conocimos en común, que hablaba de vos y que tanto te queria.

    No es fácil pues, comprender el sentido de la "pérdida". Entender que la gente se va, despedir a nuestros seres queridos, perder el rastro de los que alguna vez fueron cercanos y sencillamente pero a la vez de manera cruel, aceptar que ahora somos distintos y nada volverá a ser como era antes.

    Un abrazo.

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