miércoles, 2 de enero de 2013

Pinky

En mi casa siempre hubo perros, antes que gatos. Mi primera gata la conseguí a los 20 años, pero antes de eso habían estado Aníbal (que murió atropellado por un Mazda Asahi al salir corriendo de la casa) Luna y Paloma (que vivieron en una terraza en Campohermoso sin mucha atención por parte mía o de mis hermanos), Pillín (que vivía en el patio de otra casa hasta que mi mamá decidió regalarlo) y Bambi (un Cocker Spaniel que me daba más miedo que alegría en la infancia).
Pinky llegó a la casa en octubre de 2003, cuando mi mamá pensó que a mis hermanas les vendría bien algo de compañía después de que Fiona - mi gata - fuera envenenada por una vecina. Pinky ya está viejo. Se le cayeron algunos dientes y todos los pelos de su barbilla están blancos. La semana pasada sufrió un accidente y una vez agotados todos los recursos posibles (que incluyeron una intervención quirúrgica) mi familia decidió que es mejor practicarle la eutanasia para evitarle dolores y una vejez de inmovilidad. Mañana - a esta hora -Pinky va a estar muerto. En mi mano derecha ya están sanando las heridas del mordisco instintivo que me dio cuando fui a recogerlo después del accidente pero - en el fondo - desearía que me quedara al menos una pequeña cicatriz para recordarlo.
Pinky acompañó a mis hermanas - ahora adultas - mientras crecían, y fue el primer animal con el que se relacionó mi sobrina, quien lo llama "tutu", a él y a los perros de los patios vecinos.
En mi casa siempre hubo perros, antes que gatos. Sigo prefiriendo los gatos porque es más difícil humanizarlos. Hay muchas preguntas, mucha humanidad en la mirada del perro y eso hace que sea más difícil despedirse de ellos.

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