martes, 1 de diciembre de 2009

Comentarios Inútiles V – Edición de Navidad


1. Podría ser el primero de diciembre, tal vez, el segundo día más feliz del año, después del 22 de agosto. Me encantaba armar el árbol, aunque fuera apenas ese pequeño arbustico de inmundas flores rosadas que teníamos en mi casa y que había que acomodar en un matero porque siempre tuvo las paticas dañadas. El pesebre los armábamos alrededor del 15, cumpleaños de mi abuelo, y luego las novenas y el niño Dios y los aguinaldos. Y yo no olvido al año viejo, y después las ferias (desfiles, corridas) y me quedaban un par de semanas de ocio antes de volver al colegio.
2. La magia se duplicó en mi casa con Paula y Luisa. Destapaban sus regalos con la felicidad y la ilusión que sólo tienen los niños pequeños. Sus ojitos pequeños brillaban y Manolo y yo ya nos sentíamos grandotes, maduros, dos hombres al lado de ese par de muñequitas indefensas y preciosas. Cuando llega diciembre comienzo a extrañarlas. Me dan ganas de verlas destapando regalos.
3. En la navidad de 1996 Mauricio y yo gastamos varias semanas haciendo en icopor y cartón paja unas casitas para el pesebre de mi casa, al que queríamos darle un look desértico con aserrín y arena en vez del típico papel encerado de siempre. No sé cuántas veces escuchamos Rubber Soul en mi grabadora Aiwa, pero oír ese álbum siempre me devuelve a diciembre del 96, a Mauricio, al cartón paja, el bisturí y la lija. No logramos terminar el pesebre antes de que comenzaran las novenas que hacíamos con los amigos de Chipre. Cuando llegaron a mi casa Leo, Ronald, Berrío, Víctor, Marcelo, Mosquera, Capetto y los demás, Mauricio y yo seguíamos lanzando aserrín sobre un Belén inconcluso.
4. Diciembre 8, también en 1996. La noche anterior había estado en una fiesta de quince años de esa chica de la que estaba enamorado (¿o creía estar enamorado?) y tenía el corazón en la boca al saber ese amor imposible por siempre. Mi papá llegó a la casa y nos regaló aguardiente. Mis amigos tomaron. Yo no. Después de un rato me entregó las llaves del carro y dijo: - Váyanse a dar una vuelta. Creo que estaba con Mauricio, Leo y Marcelo (acaso también con Lucas). Bajamos a Villa Pilar y volvimos a subir en ese poderosísimo Renault 19. Pusimos Veracruz y sonó “Drive My Car”. Podría ser un milagro navideño. Rubber Soul fue la banda sonora de ese fin de año.
5. Mi infancia se acabó con la muerte de Lucas. Esa navidad, antes de su inesperada partida, fuimos todos muy felices. Celebramos el cumpleaños de Leo con una fiesta sorpresa. Bailamos en el garaje de su casa. La vida era una despreocupación continua y natural. Llorábamos por chicas que a los 15 días habíamos olvidado. Todo iba y venía muy fácilmente.
6. Diciembre 8 de 1997. Rompemos la formación por pelotones y nos acomodan de acuerdo al colegio del que venimos. Los del LANS nos ubicamos al lado derecho. Cantamos el himno del colegio, unos villancicos improvisados. El Teniente Guerrero nos da las órdenes – “¡Prender las velas!” “¡Pensar en sus mamás, que están en las casas llorando por ustedes!”. Es una mala noche para conocer el significado de la palabra odio.
7. Diciembre 8 de 2001. Ahora todo consistía en ir a tu casa a comer helado y bailar un poco. Paula, Diana, Mónica, Diana Pineda, Mauricio, Santiago, Edwin, tus amigos de la universidad. Yo no me podía acostumbrar a tener de nuevo el pelo corto, a esa pinta de niño bueno con la que trataba de darte gusto. Pero eso me hacía feliz. Era muy feliz, fui muy feliz cada 8 de diciembre de ahí en adelante.
8. Diciembre 31 de 2002. Ya van a ser las 12:00 y estamos en la casa de mi abuela Cecilia. Cristina y Charlyz están conmigo porque saben que me voy de Manizales. No hacemos mucha bulla porque Sarita, recién nacida, duerme. Suenan las campanas y mi familia se junta en abrazos. Siempre lloro y esta vez no es la excepción. Cristina trata de calmarme pero es inevitable. Me duele todo el cuerpo, cada fibra. Sabes que soy terriblemente nostálgico. Sé que voy a extrañarlos mucho.
9. Adoro a Bogotá con todas las fuerzas de mi corazón. La adoro todo el año, pero en diciembre empieza a picarme. La navidad bogotana es fría y aséptica si la comparamos con la navidad montañera, alegre y festiva de Manizales. Bogotá no huele a fritura, no huele a la natilla de mi abuelita Cecilia, no huele a la leña en la terraza de mi abuelita Aceneth, no suena como suena la raspa en Manizales, no es un presagio de feria. Bogotá no me es familiar, no me recarga las pilas, no es Naranjo, no es Ramírez, no es Pinilla, no es nada de lo que necesito ser en diciembre. No es un recorrido afanado por todas las casas para desear un feliz año nuevo antes de que sean las 12:00. No es abrazarlos a todos y luego escapar para ver el primer amanecer de enero junto a mis hermanos, los del LANS, los que prendimos juntos las velas y conocimos esa noche de diciembre el significado de la palabra odio, los que podemos dejar de vernos todo un año pero sabemos que podemos alzar las manos frente al sol y cantar con voz ronca: “It’s a beautiful day”. Llegó enero, es hora de volver a comenzar.

1 comentario:

  1. Muchos recuerdos acumulados, cuánta nostalgia en este momento, de esa nostalgia buena que hay que sentir con emoción, con ganas, con la imagen de estar viviendo lo que se trae de nuevo a la mente. Cuántas navidades y años nuevos hasta ahora acumulados, y los que faltan. No me acordaba de ese pesebre, pero de todas las otras cosas siempre. No me ha tocado hasta ahora un año nuevo con ustedes, ya habrá el momento. Nos vemos en Manizales Navideña.

    Siempre es muy bueno leerlo.

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