domingo, 27 de noviembre de 2011

Sunday Night Beer

Durante casi todo el bachillerato Mauricio y yo caminamos desde la casa hasta el colegio o desde el colegio hasta la casa, ahorrándonos el dinero del transporte que él después utilizó en comprar su primer computador y con el que yo acumulé decenas de discos compactos que hoy no tengo dónde escuchar porque hace poco se quemó mi equipo de sonido.
Una de las modas noventeras en nuestra ciudad natal consistía en hacer una colección de latas de cerveza y yo caí en esa moda; así que todos los jueves y los viernes pasábamos por un local en Sanandresito donde nos comprábamos alguna cerveza rara y yo me quedaba con las latas. Llegué a acumular cientos de latas vacías de cervezas extranjeras que cada rato se caían con un sonoro estruendo que desesperaba a mi mamá; hasta que nos cansamos de cargar de casa en casa con todo ese aluminio inservible y un buen día se lo dimos a algún reciclador.
En este momento espero a Mauricio mientras me tomo una cerveza fría para paliar la nostalgia dominical. Mi amigo de toda la vida estará en esta ciudad durante una semana y necesitamos contarnos cosas de esas que a casi nadie se le cuentan.
Me tomo una cerveza y espero a Mauricio y recuerdo el café que nos tomamos juntos en la funeraria cuando se murió su mamá o cuando se murió Lucas, el ron que nos tomamos cuando su papá volvió a casarse, las conversaciones camino a Chipre con dos latas en la mano hablando alguna de adolescente del Sacre o del Rosario, la cerveza dañada que hizo enfermar a Felipe Molina (una Red Bull) y lo obligó a ausentarse del colegio dos días, los cigarrillos Caribe que nos fumamos en Cartagena y que siempre recordaremos porque sabían a sancocho, el café con leche y el abrazo de cumpleaños en la garita del puesto de guardia número 8 en el Batallón Ayacucho, las cajas de vino y las botellas de sangría que compartimos con El Negro y Santiago, esas cervezas en Berlín (un bar en Medellín, no la capital alemana) cuando celebramos sus 30 años o el ron que nos tomamos un domingo en la tarde en este apartamento cuando celebramos los míos.
Me tomo una cerveza y espero a Mauricio y pienso que con él cada conversación y cada brindis son siempre una primera vez. Los 30 son los nuevos 15, decíamos anoche. Las cervezas están en la nevera. En breve sonará el citófono.

2 comentarios:

  1. Nostalgias y encuentros. Lo único bueno de estar lejos.

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  2. Con Mauricio cada conversación y cada brindis son siempre como la misma vez, como una vez que no quisieramos que nunca se vaya. Por eso quisiera estar con él el 18, cuando cumpla mis nuevos 15 :P

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