miércoles, 28 de octubre de 2009

Hombre al Agua - III

Noviembre 23 de 2007
Batallón de Infantería Número 22 Ayacucho (Manizales) -Noviembre veintipico de 1998

Estoy en puesto siete, la garita más alejada de todas las demás en el Batallón, detrás del polvorín, llegando casi al barrio La Playita. No se oyen más que los grillos por aquí. Ya casi amanece y es mi último domingo en el batallón (odio los domingos… odio que desayunemos tamal todos los domingos). Más allá, en el puesto de la remonta está Duque canturreando alguna cosa. Más arriba, en puesto cinco, está Bruno que seguramente no oirá un carajo porque, como yo, siempre se la pasa con el walkman prendido. Yo escribo. Escribo sin parar casi automáticamente, porque de alguna forma tengo que continuar con este diario y porque a mi walkman se le acaban las pilas. Si lo dejo descansar una hora podré escuchar al menos una canción del cassette y no tendré que conformarme con la música decembrina que se oye en todas las emisoras.
Ya casi amanece.
-¡Naranjo!
¿Por qué carajo Duque me llama por mi apellido? Casi nadie lo hace y menos los que estudiaron conmigo.
-¡Naranjo!
-¿Qué?
-¡Venga pa' acá un rato, parce! ¿Tiene puchos?
-Sí.
-¿Qué tiene?
-Derby.
-Venga nos fumamos uno juntos. ¿Tiene candela?
-No.
-¡Ah! ¡Jueputa!
En otras circunstancias estaría estresado. Algún suboficial nos escucharía, o al menos despertaríamos a los marranos de la remonta; pero hoy es mi último domingo en el ejército y ya casi amanece. Es imposible que pase algo malo, estoy a menos de una semana de ser libre otra vez. Salgo de la garita y empiezo a caminar hacia puesto seis.
-Yo no tengo Candela pero tal vez Bruno sí. Suba y pídale a él.
-No sea güevón, si subo de pronto viene mi cabo y me pilla fuera del puesto.
-No sea marica. ¿Cómo yo me vine desde mi puesto hasta aquí?
-Espere lo llamamos. ¡Bruno! ¡Bruno!
Pero Bruno no contesta. Está tan metido en su cuento y tiene el volumen tan alto que hasta se le oye cantar desde aquí una canción de Aterciopelados.
-Préndalo rodado – digo yo.
-¡Estoy que me fumo! – grita Duque.
No puedo creer que en menos de una semana vaya a estar durmiendo en mi casa, disfrutando de un domingo verdadero (pero odio los domingos… aunque salga de aquí voy a seguir odiándolos). Mi camuflado huele mal. Está muy sucio pero no voy a lavarlo. No quiero que el ejército queme un camuflado limpio. Bruno pregunta desde puesto cinco si hay cigarrillos. Duque le grita que baje, que aquí hay Derby. Bruno llega hasta puesto seis y pregunta si tenemos candela. Estamos jodidos.
Ya amanece y Duque prende un radio transistor gigante que tiene en el portamenaje. Suenan Los Warawakos y ya no me molesta tanto que se acerque diciembre. Duque baila con el fusil. Por un momento somos felices. La canción se acaba. La estupidez también.
-¿Y qué va a hacer cuando salga de aquí? – me pregunta Duque.
-Voy a armar un grupo.
-¿Van a seguir tocando juntos?
-No – dice Bruno – yo tengo un proyecto con un amigo del colegio.
-¿Y usted? – pregunta Duque.
-Yo creo que voy a seguir tocando con Piolín, y de pronto con García, el de sistemas.
Duque mira hacia afuera. No creo que me crea que voy a hacer música. No me importa. Bruno sabe que es cierto y yo sé que él también va a hacerlo. Vuelven a entrar los dos a la garita. Yo me siento afuera, aún sabiendo que ya pasaron las seis y que en cualquier momento puede aparecer el relevo y cogerme fuera de mi puesto. No me importa. ¿Qué pueden hacer? ¿Dejarme sin conducta? ¿Meterme a la pieza de detenidos? No me importa. Sé que en una semana voy a estar fuera de esto. Prefiero salir de nuevo hacia puesto siete. En medio del trayecto me tiro sobre la hierba a ver las luces y disfrutar del frío húmedo del amanecer. Me pongo los audífonos y pongo a andar el cassette de El Último Concierto. Las pilas me responden a la perfección. Suena Hombre al Agua. Pienso que ésa es la banda sonora de mi vida. Que después de un año todo volverá a ser como fue. Sueño que estoy en un concierto de Soda Stereo y eso es felicidad. Eso es felicidad verdadera.
Cuando se acaba la canción se acaban las pilas. Me paro y regreso a puesto seis sabiendo que ahí viene el relevo y que el primer paso para volver a mi vida normal es juntar con violencia los tacones de mis botas y gritar con un ánimo absurdo:
- ¡Puesto siete sin novedad, mi Cabo!

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