Siempre he creído que los genios contemporáneos son los cineastas. Son como pequeños discípulos de Leonardo Da Vinci que tienen en su cabeza la música y la arquitectura o que, en otras palabras, dominan las dos dimensiones que los artistas de la interpretación y de la plástica dominamos por separado: el tiempo y el espacio.
Quentin Tarantino es un genio. Un genio sin remedio que ha sido capaz de subvertir los parámetros establecidos en el cine y que ha sabido convertir su nombre en una apuesta estética propia, en una marca: una marca bañada en sangre y en la belleza propia de la violencia y los impulsos de venganza que todos llevamos dentro.
Con Inglourious Basterds Tarantino se atreve de nuevo: se atreve a contar la historia del siglo XX desde sus propios ojos, se atreve a contarla a su manera, se atreve a darle giros irreales y a soprendernos cuando todos esperamos que las imágenes se ajusten a los hechos que nos cuenta todo el día History Channel (o como Manolo y yo lo llamaríamos: WW II TV).
Tarantino se metió con los gángsters y lo hizo bien. Tarantino se metió con la Yakuza y lo logró. Tarantino se metió con los nazis, les metió la mano a los bolsillos, les sacudió los bolsillos, se adueñó de otras estéticas, exageró como siempre y nos contó una historia genial que a mí me mantuvo con taquicardia al menos durante los últimos 20 minutos de la película. Tarantino se metió con Hitler y cumplió - en celuloide - el sueño dorado de cualquier judío.
Pensé que Tarantino ya no podría sorprendernos más y estaba terriblemente equivocado.
¡Gracias a Dios por Quentin Tarantino! El mundo necesita genios, figuras notables, historias que valgan la pena y Quentin Tarantino nos da todo eso cada que una de sus películas entra a la cartelera.
May God bless that basterd!
Quentin Tarantino es un genio. Un genio sin remedio que ha sido capaz de subvertir los parámetros establecidos en el cine y que ha sabido convertir su nombre en una apuesta estética propia, en una marca: una marca bañada en sangre y en la belleza propia de la violencia y los impulsos de venganza que todos llevamos dentro.
Con Inglourious Basterds Tarantino se atreve de nuevo: se atreve a contar la historia del siglo XX desde sus propios ojos, se atreve a contarla a su manera, se atreve a darle giros irreales y a soprendernos cuando todos esperamos que las imágenes se ajusten a los hechos que nos cuenta todo el día History Channel (o como Manolo y yo lo llamaríamos: WW II TV).
Tarantino se metió con los gángsters y lo hizo bien. Tarantino se metió con la Yakuza y lo logró. Tarantino se metió con los nazis, les metió la mano a los bolsillos, les sacudió los bolsillos, se adueñó de otras estéticas, exageró como siempre y nos contó una historia genial que a mí me mantuvo con taquicardia al menos durante los últimos 20 minutos de la película. Tarantino se metió con Hitler y cumplió - en celuloide - el sueño dorado de cualquier judío.
Pensé que Tarantino ya no podría sorprendernos más y estaba terriblemente equivocado.
¡Gracias a Dios por Quentin Tarantino! El mundo necesita genios, figuras notables, historias que valgan la pena y Quentin Tarantino nos da todo eso cada que una de sus películas entra a la cartelera.
May God bless that basterd!
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