lunes, 23 de noviembre de 2009

Gatos


1. Lo de los gatos es un gusto heredado (casi siempre), accidental (en otros casos), o una mezcla de ambos (como en mi caso). Yo aprendí a quererlos gracias a Ágata, la gata de Cristina y a su familia; que dicho sea de paso no era una gata muy simpática. Sin embargo, mi verdadera obsesión comenzó una noche de abril de 2002: Aníbal, el perro de mi casa había sido atropellado por un Mazda 626 que cruzaba a toda velocidad por “falda plana”, la calle en que yo vivía en Chipre. Empecé a reflexionar sobre el karma y cosas así y me preguntaba si el figlio di puttana que había matado a mi perro sentiría algún remordimiento esa noche al dormir. Un par de semanas más tarde, salí de la casa de Cristina casi a la media noche. Un gato negro se atravesó a la salida y se quedó mirándome fijamente, con una expresión que aún hoy en día no puedo descifrar, no sé si era susto, enfado, enojo, o alguna clase de advertencia en el lenguaje propio de los gatos. Supuse que sería uno de los amantes de Ágata que querría entrar a buscarla. Me monté al carro, prendí el equipo a todo volumen porque estaba estrenando mi copia en CD del Zooropa, y me fui para Chipre. Me fui para Chipre feliz. - - - Decido irme por terrazas de Campohermoso: “She wore lemon to colour in the cold grey night”. Voy por el carril izquierdo para esquivar un taxi parqueado junto a la acera. Detrás de mí viene otro taxi. No vamos muy rápido. Cerca de la loma por donde baja uno a la Universidad de Manizales un gato salta del separador a la calle. No tengo tiempo de frenar así que intento hacer que el carro le pase por encima sin que las llantas lo toquen. Hablamos de fracciones de segundo. El gato se queda quieto y sus ojos enceguecidos brillan por las luces del Ford Festiva 98. Voy a lograrlo. Voy a pasar por encima y el gato regresará tranquilo a su casa. El gato trata de regresar al separador. Siento como las llantas del lado izquierdo pasan por encima de su cuerpo. Tengo ese sonido clavado en la parte trasera de mi cerebro siete años después. Si freno el taxi de atrás va a golpearme. Quiero detenerme a ver qué puedo hacer. Miro rápidamente por el retrovisor a ver si el gato se mueve, a ver si puedo salir corriendo con él a una clínica veterinaria, como lo había hecho con Aníbal un par de semanas atrás. El taxi logra esquivar el cuerpo del gato tirado en la avenida. El disco de de U2 reinicia sus giros después del golpe. ¿Para que me detengo? Llego a Chipre temblando. Me acuesto y me cuesta trabajo dormirme.
2. Dos días después de haber atropellado ese gato atigrado en Campohermoso fui con Cristina a La Linda y saqué de su casa materna a Fiona, mi primera gata, mi primer amor. Fiona tenía los ojos delineados como una reina egipcia. Como pensaba que era un gato lo llamé Ramsés I. En su primera visita al veterinario tuve que cambiarle el nombre. Fiona murió año y medio más tarde, envenenada por una vecina envidiosa. Yo ya vivía en Bogotá y mientras ella agonizaba en Chipre yo no lograba dormir tranquilo en Chapinero.
3. Tengo la particular característica de encontrar gatos donde voy. La única ciudad que he visitado y en la cual no he visto un gato en la calle durante la noche es Cúcuta. ¿Será que no les gusta el clima? ¿Será que de noche los gatos cucuteños salen enfiestarse en Venezuela?
4. Los gatos de mis amigos son mis amigos. Me encanta la timidez de Dallas, la inquietud y la actitud demandante de TanGo, la distancia que guarda Amelia, el caminar maltrecho de Moisés, la agresividad pasiva de Úrsula, la dulzura de Melchor, los baños que me da Keiko.
5. Los gatos difuntos o perdidos son como amigos que se lleva el tiempo y cada uno deja huellas imborrables e historias que sólo los amantes de los gatos pueden entender. Es una lástima que Negro se haya ido detrás de una gata y nunca haya regresado. También procuramos darle una buena vida a Otto VonBismarck, un bebé-gato que nos encontramos en los jardines exteriores del Centro Comercial Parque Caldas, con los bigotes recortados y que durante su vida adulta en Pereira no pudo superar sus traumas infantiles. Soda (que venía de San José, Caldas) iba a ser mi segunda gata, pero con el paso de los meses le crecieron unos testículos gigantes (cuando ya era demasiado tarde para cambiarle el nombre por uno masculino). Antes de saltar del quinto piso en que vivía se dejó tomar unas fotos que a la larga nos sirvieron para ilustrar el folleto de Empezar de Cero.
6. Una vez Cristina me dijo que alguien le había dicho que existía una conexión entre el gusto por los gatos y algunos desórdenes psicológicos. Lo que yo sí tengo claro es que las personas que tienen gatos y los aman son distintas a aquellas personas que prefieren pasar su vida al lado de perros. Esta mañana leí que un estudio publicado en 2006 afirmaba que el Toxoplasma Gondii, presente el las heces de los gatos y en la carne cruda podría estar asociado a un incremento en el riesgo de desarrollar esquizofrenia. Por ende, la imagen de la loca de los gatos de Los Simpson no está muy lejos de una realidad plausible.
7. ¿Alguien ha leído Una Luz en La Ventana de Truman Capote? Está en Música para Camaleones. Si creen que están en riesgo de obsesionarse con los gatos les recomiendo su lectura.

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