martes, 25 de agosto de 2009

Anotación al 7 de diciembre de 1997


Bogotá, diciembre 6 de 2007
La tarde anterior había sido dulce. Fuimos Ana y yo al Parque Caldas a comprar unos discos, a compartir unos helados, a despedirnos en silencio porque sabíamos que ése sería nuestro último sábado, que la incorporación, que yo quién sabe dónde y tú en el colegio aprendiendo los misterios de la trigonometría.
Mi papá me había prestado el carro, así que llevé a Ana hasta la puerta de su casa, no sin antes despedirnos con el beso de rigor.
Pasé por la casa de Cristina y ahí estaba Mauricio, que me dijo que nos veríamos en la noche en la casa de Juan David Mosquera; que los chicos querían hacernos una despedida igual a la que habíamos tenido en la noche del viernes en Villa Pilar.
Pero por qué las lágrimas si no es el fin del mundo, pero si vamos a seguir viéndonos, si vamos a seguir siendo amigos a pesar de que el colegio terminó, que no se preocupen, que muy seguramente todos nos salvamos y el domingo por la noche estamos todos de nuevo en Chipre, en misa, coqueteando con las chicas a la entrada de la iglesia.
Así que después de las lágrimas, después de despedirme de Cristina de forma escueta, de recibir otros besos que no eran los de Ana en el garaje de Mosquera, después de recibir el periódico y darme cuenta que había pasado a la Universidad de Manizales; regresé a mi casa convencido de que nada iba a cambiar.
Por eso me desperté cansado pero tranquilo. Mi abuelo nos recogió en el Feroza y nos llevó al Coliseo. Manuel se quedó con las gemelas en la casa, mi mamá me acompañó, mi papá no aparecía.
Saludar a Beto, a Jose, a Mauro, a todos los que no éramos hijos únicos ni teníamos inhabilidades; pensar que tal vez ellos se irían y que muy probablemente las amistades de mi papá, que por eso en la noche estaría en misa en Chipre.
Y de pronto estábamos todos en un camión, todos los del LANS; unos cuantos del San Luis, más del Gemelli, un par de tipos de Gimnasio Horizontes y otros cuantos de colegios públicos. ¿Pero por qué nosotros? Yo al lado de Héctor Gallego y ver a mi papá – al fin – llorando apoyado contra un árbol y yo haciéndole señas, diciéndole que estuviera tranquilo que me iba con todos mis amigos,que nos dejaban en el batallón de Manizales, que todo bien.
Y luego entrar al batallón por primera vez, el último examen médico pidiéndole a Dios una escoliosis o un varicocele, el sonido de Chumbawamba retumbando en el dispensario lleno de soldados enfermos, el arroz chino, las fotos, conocer en la peluquería a García Sebastián y a Toro Bruno, acostarnos a dormir después de recibir las botas, el habano y el pelo de burro, las hebillas, las cucardas; después de ser asignado al segundo pelotón. Ahí, con la luz apagada y un techo altísimo; pensando que mi mamá estaría llorando en la casa encendiendo las velas con Manuel, Paula y Luisa, que mi papá tendría lágrimas para rato. Jose en el catre de al lado, diciéndonos que no lo podíamos creer, riéndonos un poco de lo graciosos que nos veíamos sin pelo.
Más tarde unas cuantas lágrimas ajenas inundando las almohadas, sollozos que rompían el silencio en el alojamiento, fuegos artificiales que se atrevían a filtrar su luz colorida por los altísimos ventanales; y nada de la misa en Chipre para coquetear con las chicas, nada del esperado regreso a casa, ni lde a enfermedad ficticia, ni lde a inhabilidad de última hora. Los políticos embolsillándose la plata y la ilusión de mi papá de verme entrar a la universidad a los 16 años, las amigas llorando en sus casas. ¿Qué pensaría Ana que estuvo conmigo la tarde anterior compartiendo un helado? ¿Qué pensaría Eliana? ¿Qué pensarían Cristina, Paula, Diana y las amiguillas de Los Ángeles? ¿Y Tania? ¿A quién le haría falta esa noche?
Seguramente a mi mamá. Seguramente a mi mamá y a mis hermanos. Ojalá mi papá ya no esté llorando contra ese árbol como Quico en un capítulo del Chavo del Ocho.
Y mucho menos miedo del que pensé que iba a tener. Mucho menos miedo. Tanto que a pesar de él pude quedarme dormido sabiendo que todo iba a estar bien. Que iba a ser tan sólo un año muy extraño.

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