viernes, 23 de septiembre de 2011

Alimón*


*Con @misaelperalta
Nunca entendí la gracia de los lances al alimón. Los dos matadores se paraban frente al toro citándolo desde lejos y cuando este arrancaba abrían los capotes en sendas verónicas simétricas y opuestas que le dejaban al astado una sola puerta de salida por donde corría desorientado. Al lavarme los dientes recordé que Nevermind cumple 20 años esta semana y que se viene una edición de lujo de Achtung Baby y que fue también hace 20 años que salió el álbum negro al mercado... y Ten y Mama Said y Rex Mix y Gish. Tengo estos dientes - ahora amarillentos y reventados por el bruxismo - desde hace más de dos décadas. Me paso la toalla por la cara. Me siento un poco viejo.

La gracia, tal vez, de los lances al alimón puede aplicarse a la (tanta) vida. Por un lado, el tiempo sostiene una esquina del capote y por el otro el azar o el destino. La tela roja como telón y al otro lado, siempre, el día siguiente, el mes siguiente, el año siguiente. En el caso de los matadores y del telón, todo depende del toro: la belleza de su embate, la naturalidad de su fuerza. Sin embargo, nada rebajará la sensación de burla, la sonrisa del matador, la carcajada del tiempo. Hace 20 años todo era posible y el siglo agonizaba hacia su última embestida.

Te veo sonreír desde tu esquina de la cama y es un pequeño milagro en una cotidianidad espantosa. Pensaba yo que habías perdido la sonrisa para siempre, que dabas por sentado el café matutino, las palabras cariñosas, mirarnos a través del espejo del baño sin mediar palabra gracias al ruido del secador de pelo. Otra vez tengo 10 años, salto de un lado al otro en el patio de la casa en Chipre. Mi papá me ha dicho que si gano el año me comprará boletas para toda la temporada taurina. Le conté que Beto está en una escuela taurina porque quiere hacerse matador. Me dijo que si gano el año me dejará entrar a una escuela de lo que quiera el año que viene.

No fui matador, ni tiempo. Algo tenía que ver Nevermind, las mujeres que encontraba tras el capote y la espesura de las palabras que empezaban a nutrirme en esos días. Alguna forma tenía que encontrar de embestir con gracia, de salir airoso de la burla. En el espejo miro cada minúscula marca de mi rostro como una cicatriz de guerra y mis dientes como soldados cansados y avejentados. Creo que cada lugar de mi piel podría contar una historia que tus manos leen con paciencia. A los 10 años leía la Biblia entretenido y dejaba de poner atención en las clases por soñar con ser grande.

Suena el teléfono. Es mi mamá. Un día ella fue como tú, un día miró desde su esquina de la cama a mi papá y su sonrisa fue un pequeño milagro en una cotidianidad espantosa. Me cuenta desde la comodidad de su convalecencia que se recupera de forma satisfactoria, que aprendió a ver películas en Cuevana, que ahora le molestan los ojos y que sin gafas no logra leer los subtítulos, que se mira al espejo y ya tiene cara de abuela. Poco sé de mi papá por estos días. Él dejó de ir a la plaza cuando se acabó el dinero y yo cuando el espíritu empezó a pedirme cosas distintas. Luces fría, pero me despido con un beso en la frente como si fuera la última vez, como debe despedirse uno siempre.

Como debe renunciar uno siempre, porque realmente, el lío no está casi nunca en entregarse sino en renunciar al otro o a lo otro. Recuerdo que Pedro Zapata me decía alguna vez que tenía que haber siempre más amor al partir que al arribar. La vejez, además, de los otros. Siempre se las arrebatamos cuando nos reflejamos y nos proyectamos en esos gestos que son ajenos y nos hacemos preguntas sobre nosotros mismos. Mirar hacia atrás y hacia adelante es parte de ese ejercicio que nos desgasta el presente y hoy lucís tan oportuna...

No sé bien si soy yo el que espero que vuelvas o eres tú quien desea que yo regrese sobre mis pasos y te levante de la acera con un beso inesperado. Por ahora no veo más que luces rojas, fragmentos de láser que brillan bajo el ratón óptico y me guían en la oscuridad, un texto inconexo escrito a cuatro manos, narrado a muchas voces, que pretende dejar rastros de todo lo que ha sido esta mañana de ir y venir, de viajar en el tiempo y el espacio con cada parpadeo, de añorar deseos no identificados de besos y abrazos y demás.

Ya empieza la tarde y me he gastado la mañana en salirme de mí y mirarme desde afuera, mirar los reveses y las pequeñas alegrías. Acabo de lavar mis dientes viejos otra vez. Están un poco separados y su mordida no es del todo regular. Para mirarlos completos debo simular una sonrisa excesiva. Miro al espejo y pienso en volver dos décadas y decirle al niño que quería estudiar tauromaquia y que leía la Biblia que en una mañana como hoy iba a pasarse medio día en un texto inconexo. O no, mejor saltaría con él en el patio de la Casa de Chipre y no le hablaría del futuro o de la vejez, le miraría la sonrisa y me la grabaría. Seguramente le hablaría de tus labios y de tu calor, pero él no entendería. Le diría que sostuviera una esquina del capote, tú la otra. Yo, correría desorientado.

3 comentarios:

  1. No es tu manera común de escribir pero ¡qué belleza! Me lo disfruté completo. Genial.
    "Ya empieza la tarde y me he gastado la mañana en salirme de mí y mirarme desde afuera"

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  2. Esa es una línea genial de Misael. Deberíamos aprovechar la virtualidad para hacer más ejercicios literarios de este tipo, más construcciones colectivas. En este caso nos enviábamos fragmentos el uno al otro hasta concluir el texto. Gracias por leernos. ;)

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