domingo, 4 de septiembre de 2011

Dilución

Hablaba con Misael del triste proceso - casi indoloro - en el que esas mujeres que salen por la puerta trasera de nuestras vidas se van diluyendo en el tiempo, se van convirtiendo en memorias cada vez más borrosas, menos claras, menos vívidas y - tristemente - menos importantes.
Supongo que eso pasará contigo (si no es que ya está pasando y no me he enterado). Dejaré de pensar en las formas de tu cuerpo, en el color de tu piel, en el cociente perfecto que resulta al dividir el contorno de tu cadera entre el contorno de tu cintura. Un día cerraré los ojos tratando de dibujar tu desnudez y ya no me será posible; ya no recordaré dónde quedan exactamente esos lunares que ahora puedo señalar incluso sobre tu ropa, ya no sabré a qué saben todos tus labios, a que hueles detrás de las rodillas, cómo mueves tu cuerpo al salir de la ducha y ponerte delicadamente la ropa interior. Ya no se me hará triste imaginarte despertando con él o con alguien más, ya no lamentaré los planes malogrados y ya no creeré que lo teníamos todo para ser felices. Un día ya no me parecerá tan maravillosa tu risa, ni querré acariciarte mientras te quedas dormida, ni extrañaré las conversaciones telefónicas nocturnas, ni tendré idea alguna de lo que ha sido de tu familia y tus amigos y probablemente me parecerán risibles nuestros sobrenombres cariñosos.
Y he aquí la parte más increíble de todo el asunto: no voy a lamentarlo, no va a dolerte. 

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