martes, 3 de mayo de 2011

Desorientación de los gatos

Él tenía un gato y muchos discos. Los había comprado desde su adolescencia con el dinero que se ahorraba en transporte al caminar de la casa al colegio y del colegio a la casa dos veces al día. Primero coleccionó latas de cervezas extranjeras como muchos adolescentes manizaleños de la década del 90. Un día se hartó de cargar las 200 latas de casa en casa y decidió comprar discos compactos aunque no tuviera dónde reproducirlos. En aquel entonces no tenía un gato. Les temía. Pensaba que un día esos ojos recuperarían el perdido salvajismo y el gato saltaría sobre él marcándole la cara con sus uñas para siempre.
Él tenía un gato y muchos libros, pero fue deshaciéndose de ellos con el paso del tiempo. Regaló los que supo que nunca releería, entregó a su hermano los libros sobre investigación que requería para su tesis, prestó a sus amigos muchos ejemplares que nunca volvieron a sus manos, perdió muchos de los demás gracias a la ola invernal de 2009.
Él tenía un gato y varias guitarras aunque la gente no entendiera por qué razones eran todas distintas entre sí e imprescindibles. El diapasón arqueado de Gustavo, el sonido gordito de Cecilia, los brillos de Connie, la resonancia fuerte en la caja de Isabel, el olor de Carol, la comodidad de Señorita Cora, el amor infantil a La Negrita. Él tenía un gato y un ukulele llamado Paul y ese ukulele a todos les daba risa.
Él tenía un gato y soñaba con una chica de ojos profundos como el océano, con una chica de pelo rizado y enmarañado que nunca en la vida había tenido, una chica que lo escuchara atentamente y que tuviera muchas cosas que decirle, que a veces le sirviera de motor creativo, que le acariciara la cabeza mientras él descansaba y se dejara cantar canciones cada tanto.
Él tenía un gato que no podía acariciar todas las noches, un gato metido dentro de su piel, un gato que era a su vez muchos gatos: Zeta el Esquivo, Goliat el Nómada, Soda el Inmortal, Keiko la Coqueta, Fiona la Preguntona.
Miró por la ventana de su cuarto y quiso tenerla a su lado, pasarle la mano izquierda por la cara, darle un beso de aproximadamente unos 35 segundos y susurrar en su oído ese secreto que ambos conocían:

- "_________________________________________________________".



2 comentarios:

  1. Goliat sale como una morsa en esa foto.

    ¡Estabas leyendo el libro sobre las normas nazis!

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  2. Ahí está esbelto. Mirá estas dos: http://on.fb.me/kH4W8x y http://on.fb.me/ihkhYX Y sí, a la larga disfruté mucho ese libro.

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