11-07-2007
Imagino que ya lo habrás escuchado y no sé si ya te lo habré escrito en una de las postales que compré. La belleza de la arquitectura de esta ciudad sobrepasa lo que se puede imaginar antes de venir. Será porque nunca he estado en Europa, creo. Lo primero y único que puedes ver al sobrepasar el manto de nubes es un montón de casas de los suburbios. El avión gira violentamente como si estuviera amarrado por una de sus alas y sus llantas chocan violentamente contra la pista del JFK. Piensas en los Beatles sintiendo un nerviosismo extraño en 1964. Piensas en John Lennon que a su vez piensa en su llegada al aeropuerto 16 años después, mientras mira al Central Park. Piensas en U2 tocando esa canción de los Beatles en el 87, y mientras tanto el paisaje que viaja por tu ventanilla se desliza más despacio hasta convertirse en un viajecito lento en el que no hay nada más que grandes aviones descansando en tierra y carritos cargueros conducidos por personas que tienen que soportar el horrible sol de verano para llevar el sustento a sus casas. "Como es aquí es allá, como es arriba es abajo", piensas. Pensás que sería bonito conocer Harlem mientras cruzas por la puerta del avión, que ahora está ambientado por una musiquilla tropical muy maluca. El ambiente artificial, la frescura controlada, dan paso al calor insoportable, a la pesadez del aire y un tipo de color te dice en el pasillo con un acento muy particular:
-Welcome!
Y ahora estás esperando atención por la gente de inmigración. Se te hace natural, aunque aún impactante, la cantidad de idiomas que se oyen en la fila. Fuera de tu avión de colombianos hay uno que acaba de desempacar un montón de judíos, otro que soltó surafricanos y otro jamaiquinos. El oficial de inmigración es un tipo oriental joven de apellido Chu. Te imaginas cómo lo hubiesen molestado en el colegio si hubiese estudiado contigo en el LANS. "Pídale el lápiz Achú. Pásele el balón Achú. Vamos para la casa del chino… ¡Achú!"
¿Que qué vamos a hacer?
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Recibes los sellos en tu pasaporte, pero nunca escuchas el "Welcome to the United States" que ves en las películas. Del bus que te lleva al centro no hay mucho que rescatar. Tienes sueño y sientes que aún no has aterrizado, así el avión haya tocado tierra una hora antes. No te sorprenden los soldados armados y vestidos a la usanza de Irak, ni las casitas suburbanas, ni el paisaje veraniego, ni el cementerio que se extiende a tu derecha.
Pero de pronto aparece frente a ti la isla de Manhattan y tu cabeza aterriza en la ciudad de Nueva York. Llevas la cámara de video encendida, así que podrás reproducir esta sensación en el futuro. Quisieras que una mujer estuviera contigo, pero dudas que tu mujer llegara a emocionarse tanto como tú. Compartes tu alegría con tus dos compañeros de ruta. Pensás en U2 y en su deslumbramiento neoyorkino, pensás en Soda Stereo. No te caben en la cabeza o en los ojos tantos edificios bonitos. Cruzas el túnel por debajo del río Hudson y al emerger de nuevo piensas que el Midtown de Manhattan es el lugar más estéticamente coherente que has visto en tu vida (porque no has ido a Europa, tal vez), sin los contrastes que hay en la ciudad en la que estás viviendo ahora. Te bajas cerca de la Grand Central Station para buscar el hotel a pie. Te acuerdas del centro de Bogotá o el de Medellín y la verdad es que tienden a parecerse a New York. La diferencia está en que aquí te sientes seguro, aunque arrastres una maleta, tengas la cámara en la mano y cientos de dólares en los bolsillos. Ves la cara de esa chica en cada edificio bonito en Manhattan. Tienes la plena seguridad de que el tiempo no te va a alcanzar para todo lo que quieres hacer.
Registrarte en el hotel y en la conferencia es un trámite sumamente aburrido. Has sudado demasiado, madrugaste muchísimo, el calor no se siente pero sabes que afuera es un infierno. Un tipo de una banda de Memphis, Tennessee, dice que ha escuchado tu música y aunque te resulta difícil de creer agradeces sus buenos comentarios. Y piensas en Elvis. Piensas mucho en Elvis al abrir la puerta de tu habitación.
II
11-07-2007
Tú que prefieres la noche y el frío, has escuchado cuentos espeluznantes acerca de este verano. Cuentos que hablan de gente en bermudas y soles caniculares. Te asomas a la ventana de tu habitación y ves que está lloviendo. La ventana de en frente muestra una cama desordenada, de la que súbitamente se levanta una mujer semidesnuda que te mira sin inmutarse. Se acerca a la ventana pero no cierra las cortinas. Mira hacia fuera y como tú se da cuenta de que está lloviendo. Va hacia otro lugar de su cuarto y regresa a la cama desnuda, para acostarse de nuevo y mirar hacia el televisor. Hay que salir ya y está lloviendo. A lo mejor los cuentos de calor infernal no son ciertos, así que tomas la precaución de llevar contigo una chaqueta. Sales del hotel y a pesar de la lluvia el aire sofoca: Summer rain, piensas.
Vas a comer pizza a un lugar X, pues no pruebas bocado desde el desayuno del avión. Caminas hasta Times Square y tomas las primeras fotos. La humedad te impregna todo el cuerpo y, sin embargo, eres feliz. Luego, al entrar a la estación del metro, ya no hace calor… es el infierno de Dante. Tomas el tren y emerges de nuevo en el SoHo y son casi las 8:00 p.m. cuando entras a un bar atestado de gente que quiere conocer otra gente, músicos que quieren hacerse oír, chicas con cara de querer engancharse algún rockero. Afuera el sol no se ha puesto y tu cerebro tropical piensa que si es así, es muy temprano para empezar con la cerveza. Sin embargo te acercas a la barra. Todos piden algo y brindan por su primera noche en New York.
III
12-07-07
Caminaste lo indecible. Has visitado dos bares y has tomado mucha cerveza. Has visto casi una decena de artistas en vivo. Completas 22 horas despierto que incluyen 6 de viaje y 4 de fiesta. Tu cuerpo no da más. Quieres dormir y te asustas porque es tarde para volver al hotel. Sin embargo la información de tu guía te tranquiliza: El "subway" nunca duerme. Vuelves a bajar al infierno y ahora los trenes pasan muy esporádicamente. Dos ratas inmensas se pelean entre los rieles. El sueño te vence y la cabeza empieza a caerse una y otra vez. Minutos más tarde estás en el hotel.
La chica desnuda ha cerrado sus cortinas.
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