martes, 2 de agosto de 2011

Osvaldo

Estaba soleado el domingo. Queríamos cruzar la carrera 15 pero ya se acercaban los punteros de la Media Maratón de Bogotá, africanos magros que no parecían tener grasa corporal ni siquiera en la cara. Hablamos de esa delgadez impresionante, de cómo esas personas se habían convertido en máquinas para correr. Te acompañé durante un rato y después me fui trotando hasta el gimnasio. Recordé a Osvaldo, un compañero mío de la primaria que era absolutamente imbatible en las carreras que organizaban los profesores de Educación Física. Nadie podía alcanzar a Osvaldo. Era una máquina de correr que nunca se cansaba. Mientras yo jadeaba en el último bloque del pelotón de corredores, Osvaldo ya descansaba y tomaba agua sentado junto al profesor en algún lugar del Bosque Popular. Al final del lote estábamos los gorditos, los físicamente mal preparados, los piernicorticos, los que leíamos o veíamos televisión en vez de salir a jugar a la calle. Nadie iba a alcanzar nunca a Osvaldo. Era un verdadero atleta. No recuerdo ya en qué año salió del colegio pero definitivamente no se graduó con nosotros. ¿Finalmente le habrá servido para la vida esa habilidad atlética?
Te vi venir enrojecida por el sol. Me sonreíste desde lejos mientras yo escuchaba una canción sobre travestis. No estás diseñada para el deporte y pagué tu sonrisa con la mía cuando te sentaste a mi lado. Regresamos a casa despacio mientras los últimos atletas pasaban jadeando cerrando el último lote. Los ganadores de la Media Maratón llevaban casi una hora sentados en el césped del Simón Bolívar.

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