domingo, 26 de junio de 2011

Marino y tu oreja


A Marino le dicen El Cieguito porque perdió la vista siendo apenas un niño a causa de unas gotas mal recetadas por un médico con poco criterio o escaso de recursos. Pensaba que la historia no me parece del todo creíble cuando dijeron mi mamá y mi abuela que Marino heredó un dinero de un seguro de vida que una señora - que no era parte de su familia - había dejado a su nombre por tenerlo en alta estima.
Dijeron también mi mamá y mi abuela que Marino reconoce a las personas tocándoles las orejas y que hace un par de semanas rompió en llanto de emoción al reconocer a su sobrino Néstor, al que hace muchos años no veía (o tocaba, más bien) debido a que durante muchos años Néstor estuvo perdido entre basuqueros y atracadores en la legendaria Calle del Cartucho en Bogotá.
Fue inevitable pensar en mí y en vos sobre la cama, cuando estamos conversando sobre temas trascendentales y mi forma de decirte con el cuerpo lo que no me atrevo a decir con palabras es acariciarte la oreja; tu fina y delgada oreja izquierda siendo explorada con lentitud y curiosidad por mi mano derecha; mis dedos descendiendo lentamente por el hélix hacia el lóbulo, subiendo de nuevo por el antihélix, posándose con la compasión de todas mis vidas y todas mis formas de paciencia sobre la punta del trago mientras te miro a los ojos sin el más mínimo deseo de parpadear.
Supongo que Marino debe maravillarse también ante una nueva oreja como cuando uno examina detenidamente una nueva cara hermosa. Puedo cerrar los ojos e imaginar tu oreja bajo mis dedos exploradores, podría reconocerte sólo con acariciar determinados lugares de tu cuerpo, puedo respirar profundo sin abrir los ojos y estar allí contigo, acariciando tu fina y delgada oreja izquierda mientras te quedas dormida.

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