lunes, 21 de marzo de 2011

Closer (Un cuento musical)

"Where am I now?
Oh Baby, where do I sleep?"
Ahí viene la tormenta. Casi siempre llueve después de las tres de la tarde y de las tres de la mañana. Empiezo a acostumbrarme a la rutina de estar completamente solo y escribo estas páginas con una esperanza pequeña de que alguien las encuentre algún día, aquí o en Nashville.
La historia es simple, o prefiero hacerla simple porque el tiempo se agota. Tawnee se fue del bar a media noche, dejando a alguna otra mesera encargada de sus cuentas y de sus propinas. Llevaba semanas diciéndome que estaba harta, pero subestimé todas sus amenazas, todas sus señales. Pensé que me estaba manipulando, como solía hacerlo, para que le prestara más atención. Ustedes saben cómo son algunas mujeres, no tengo por qué explicarlo. Y Tawnee hacía sus pataletas de vez en cuando. No pensé que fuera serio. Llegué a la casa a las seis de la mañana y se lo había llevado todo. Dejó el televisor, el estéreo, el colchón y mi ropa. No me dejó un solo vaso en la cocina, ni un plato sucio, ni siquiera un cenicero. Tiré las cenizas del cigarrillo al piso, me arropé con un par de chaquetas y dispuse a dormir. Tomé el control del estéreo y le di play al disco que ella dejó ahí metido, fuese cual fuese. Estaba triste pero pude dormir sin problemas hasta el medio día.
Al despertar fui a la tienda de Bob, que me preguntó cuál sería mi desayuno y por qué Tawnee no estaba conmigo. –Whisky, le dije. Quiero whisky.
En la noche todos me miraban en el bar como si tuviera la cara llena de plumas, de tatuajes o de pelos de gato. Todos me miraban compasivamente y eso me cabreó aún más que el hecho de no encontrar a Tawnee. La imaginé durmiendo en algún motel de carretera, con sus vestidos apretados entre la maleta de cuero, orinando en un baño de paredes verdes, leyendo la biblia antes de dormir.
Así pasaron las primeras dos semanas. Cada vez dormía menos y siempre le daba play al único disco que Tawnee había dejado dentro de mi estéreo. Un miércoles en que mis ojeras reveleban lo mal que la estaba pasando El Oso me preguntó si estaba bien.
- -       Oso – le dije - ¿No te ha pasado que a veces sientes que estás viviendo dentro de una canción? Es una sensación similar a la de pasar días sin dormir, el tiempo empieza a transcurrir al compás de la batería, el coro te taladra la cabeza sin importar dónde estés, ves las imágenes en las calles. Es una mierda impresionante Oso, muy impresionante.
-        - Sí me ha pasado - me respondió – pero sabes que dejé todos mis vicios atrás hace años.
Ambos nos echamos a reír hasta que las lágrimas nos resbalaban por las mejillas. Saqué unos billetes de la caja e invité al Oso a un par de tragos de whisky. Cuando se acabó el turno me llevó hasta su casa y al bajarme de la moto me entregó una pastilla diciendo: - Necesitas dormir.
Esa fue la primera vez que vine aquí. Fue abrir los ojos y despertar en el suelo de la farmacia que queda junto a Green Lane. Como no entendía nada de lo que estaba pasando me levanté y busqué alguien que me explicara qué era lo que sucedía. Estaba cayendo la tarde y ninguna de las luces se había encendido aún. No parecía funcionar el alumbrado público y no había nadie en la farmacia. Me pasé la noche asustado, temblando de frío y con unas ganas indescriptibles de llorar. Saqué un paquete de cigarrillos y un encendedor del bolsillo. Casi a las tres de la mañana estalló la tormenta. Llovió hasta que me venció el sueño.
Abrí los ojos casi a las cinco de la tarde y salí corriendo para el bar. Le pregunté al Oso qué era esa mierda increíble que me había dado y sonrió.
- -     -  ¿Pensaste en Tawnee?
-          -  No. Estaba muy asustado como para acordarme de ella.
El Oso se rió de nuevo.
      -       Si necesitas otras me lo dejas saber.
Pasaron un par de semanas en las que el sueño era una cosa intermitente. Dormía poco y si dormía mucho dormía mal. Estaba harto de pensar en Tawnee mientras estaba en el bar, parado frente a la caja registradora, mientras regresaba a mi casa en las mañanas, mientras desayunaba a medio día en la tienda de Bob. Le dije al Oso un viernes que quería dormir todo el domingo, que estaba harto. Me dijo que podía conseguirme toda una caja y que me la entregaría al día siguiente. Era el amanecer del domingo y estaba tan triste que tomé dos pastillas. No quería soportar la tarde y la noche sin ella.
La farmacia seguía abierta y de nuevo caía la tarde. Escuché que un perro ladraba a lo lejos y decidí salir a ver si encontraba alguien con quién hablar. Sabiendo que todo era un sueño y que regresaría tarde o temprano, combatí el miedo. Un aviso callejero me informó que caminaba por Green Lane, que había otras calles con nombres hermosos pero triviales: Golden Avenue, Main Street, Kennedy Boulevard.
Eran casi las tres de la mañana cuando se desató de nuevo la tormenta. Yo caminaba por Main Street y el agua me sorprendió en la calle. Dudé mucho antes de romper el vidrio y meterme a esa tienda de armas, pero la tormenta era insoportable. El viento se llevaba los techos de algunas edificaciones, el agua era helada y tenía un sabor extraño, amargo aquí, ácido allá. Volví a sentir mucho miedo. Cuando dejó de llover salí de la tienda con un rifle de aire y una linterna. Amaneció antes de que regresara a la farmacia. Nunca antes me había hecho tan feliz ver la luz del sol. Empecé a silbar para ver si el perro llegaba hasta mí, pero parecía ladrar en un punto fijo. Me lavé las manos y la cara en una fuente que encontré en el camino. Licorerías, peluquerías, panaderías, tiendas, todo estaba vacío. Por alguna extraña razón el pueblo había sido abandonado. Seguí los ladridos del perro sin éxito. Podría haber sido sólo una ilusión porque siempre lo escuchaba al norte y por más que caminara hacia él nunca lo escuchaba más cerca. “Maldito Oso” pensé. “Esta mierda me está enloqueciendo”. A medio día recordé la existencia de Tawnee. Sentí como si en una ráfaga de viento cálido me acariciaran sus manos. La extrañé completa, extrañé su cintura estrecha, su vientre pálido, sus ojos marrones y su sonrisa de niña. La imaginé llorando en la cama de un motel de carretera, con sus vestidos sucios entre la maleta de cuero, lavándose la cara en el baño de paredes verdes. Quise despertar y grité fuertemente. Abrí los ojos y tenía mucho dolor de cabeza. La biblia de Tawnee estaba junto a mi cama.
     -       ¿Qué fue esa mierda que me diste, Oso? Le pregunté antes de que abrieran la puerta del bar.
      -       Tranquilo, me dijo. No te lo tomes muy en serio.
     -       Pensé que iba a quedarme ahí para siempre, era un maldito pueblo fantasma, Oso, con un perro que no paraba de ladrar. Estaba noqueado, tanto que Tawnee entró a la casa y me dejó su biblia y yo ni siquiera me di cuenta. Es una mierda, Oso, Tawnee regresó a la casa y yo ni siquiera pude despertar para hablar con ella.
     -       ¿Qué estupidez estás diciendo? Tawnee debe estar lejos, lejos de Nashville, lejos de ti, lejos de este bar de mierda. Sasha me dijo hace días que había llamado desde no sé qué pueblo, que iba en busca de una tía suya en Washington, que estaba bien ¿Tawnee en tu casa? Te estás volviendo loco.
     -       ¿Preguntó por mí? – dije yo inocentemente como si al Oso le importara alguna otra cosa que no fuera venderme drogas. No respondió.
Durante tres semanas no tomé ni una de las pastas, pero me estaba hartando de soñar con Tawnee todas las noches. Soñaba que venía a visitarme una mañana mientras yo dormía, soñaba que me leía apartes de la biblia y me acariciaba el pelo, soñaba que dormía a mi lado, que me despertaba y veía sus ojos gigantes abiertos frente a los míos.
No sé cuántas pastas me tomé ese medio día, pero fueron varios los amaneceres y los atardeceres que vi en este pueblo desierto. Comí en restaurantes abandonados, sacando cosas de sus cocinas. Vi cómo las borrascas se llevaban los techos de las edificaciones más viejas, cómo crecía el césped en los patios frontales de las casas, cómo se hacía evidente que ese pueblo algún día sería borrado del mapa por la naturaleza. Una tarde entré a un bar en Green Lane. Me senté en la barra y me serví una cerveza tras otra hasta que la cabeza empezó a darme vueltas. De repente sentí que alguien me estaba mirando por la espalda, sentí el calor de sus ojos penetrándome la nuca. Me volteé aterrorizado: Tawnee estaba llorando sangre y pidiéndome a gritos que le diera un abrazo. Grité aterrorizado y caí al suelo.
Cuando me desperté estaba en la cama de un hospital. Sasha me miraba como reprochándome. El Oso sabía perfectamente lo que había pasado.
      -       ¿Cuánto tiempo llevo dormido? – le pregunté
      -       Casi dos semanas. Por ahora necesitas descansar, pero ve pensando de una vez que vas a hacer. El jefe dice que no quiere en el bar una basura que le roba días de trabajo y dinero de la caja.
      -       Mi vida es una mierda Oso - le dije antes de volver a quedarme dormido.
A la media noche me desperté. Débil, como estaba, bajé hasta la primera planta del hospital y me las arreglé para volver a casa. Decidí que no iba a volver a soñar con Tawnee, decidí eliminarla de mis sueños para siempre. Quise imaginarla en un hotel, lavándose los dientes en un baño de paredes verdes, pero sólo pude verla llorando sangre en el bar de Green Lane.
Me tomé las pastas que quedaban en el frasquito de vidrio. Tomé la biblia de Tawnee entre mis manos y alcancé a leer un pasaje que hablaba de Josué y Caleb entrando en Canaán.
El sol se asomaba por el horizonte pero no lograba calentarme. La farmacia estaba llena de agua y gran parte del techo se había ido. Logré encontrar unos cuadernos secos y lapiceros rojos en un almacén en Golden Avenue. Escribí todo aquello que recordaba, la historia de cómo conocí a Tawnee, los años que vivimos juntos en Nashville, las historias que escuché en el bar. Guardaba los papeles en la caja registradora del bar donde vi a Tawnee por última vez. Temía encontrarla de nuevo gritando, temía ver sus ojos llenos de sangre, pero ahora no temo nada. Sé que no voy a regresar nunca porque las tormentas son cada vez peores. Hace dos noches estuve de nuevo en el bar y todo se lo había llevado el viento; las sillas se habían ido, la caja registradora se había ido con mis cuadernos, las botellas estaban rotas en el piso y el whisky se había mezclado con los charcos de la lluvia. Encontré más hojas y plumas en la farmacia. Traté de hacer de esta historia larguísima un cuento corto. Esta mañana escuché la voz de una mujer que iba cantando por Green Lane y me pareció ver un perro saliendo de la farmacia. Dejaré estos papeles en la caja fuerte de la tienda de armas. Sé que ya no estoy solo pero no creo que sobreviva a la próxima tormenta. Va a llevarse los techos, va a derrumbar las paredes, elevará las sillas, las camas, romperá los vidrios que quedan, borarrá este pueblo de la faz de la tierra. Ahí viene, puedo oírla. Está cada vez más y más cerca.

4 comentarios:

  1. señor cada vez que lo leo me gusta más!!!!

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  2. Buena lectura para acompañar esa canción.
    Escribes genial.
    Saludos!

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  3. Gracias por darme imagenes mentales tan bonitas, a mi me gustó mucho.

    Abrazo

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  4. Parece una mezcla de Bukowski con realismo mágico.

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