viernes, 11 de marzo de 2011

Dancing Queen

Ritmo, armonìa, melodìa. Pueden ser las complejas subdivisiones de una salsa, la reiteración cuadriculada de una pieza de rock and roll, una pegadiza e inevitable delicia pop. Es menester empezar a mover uno de los pies al compás de las negras, tal vez marcar el contratiempo con el otro pie, mover los brazos si estoy sentado escribiendo, menear la cabeza y sonreír, subir los potenciómetros a la música. Abrir las ventanillas, meter el pie a fondo en el acelerador y cantar duro. Soltar el vaso, levantarme de la mesa y bailar solo o invitarla sutilmente a bailar conmigo.

Las hileras de chicos y chicas repartiéndose entre sí los más extravagantes pasos de house en las fiestas de 15, las corbatas coloridas y el pelo neohippie partido por la mitad, la alegría de los primeros besos en vestido de hombre grande. Los golpes recibidos en el Simón Bolìvar en el 99, las coreografías inexplicables hechas de giros y vueltas en un bar de sudor y olores antillanos. Seguir moviendo la cabeza en el taxi a pesar del cansancio, a pesar de las ganas de llegar a la cama y levantar los pies para que tomen un descanso.

Ella se mueve a lo lejos, envuelta en notas anacrónicas, en compases viejos que han hecho bailar a tantos otros; los ojos cerrados, el pelo desordenado, el sudor descendiendo por la espalda. Está entregada a la música a tal punto que no me presta atención y eso, sencillamente, me encanta.

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