lunes, 18 de julio de 2011

201 (Otra historia de Jack y Molly)

La ventana de la habitación daba al interior del edificio. Jack odiaba cualquier habitación sin vista al exterior tanto como odiaba estar apenas en un segundo piso. Desde su despreciada ventana podía ver los muebles del hall, la gente que se registraba o entregaba las llaves de los dormitorios en los que habían estado, un tráfico prosaico de desconocidos que ese domingo parecía calmarse. La habitación estaba apenas iluminada por la luz que entraba desde el cielo raso de vidrio que cubría el hotel. Solo a medio día el cono de luz bañaba de manera perpendicular el hall y Jack podía apagar la luz para trabajar. Los vidrios del ventanal estaban polarizados, así que con la luz apagada y las cortinas abiertas se podía ver lo que ocurría afuera. Había dejado de escribir en el momento preciso. Con una taza de té en la mano vio como Molly atravesaba el hall y se dirigía hacia las escaleras caminando con la candidez y la gracia que solo había visto en ella. Le encantaba espiar a Molly sin que ella lo notara, amaba la forma en que apretaba las cejas mientras leía algo que le costara trabajo entender, la manera en que miraba hacia ambos costados en las calles al caminar, los ademanes que utilizaba al acomodarse el pelo cuando el viento de cualquier ciudad del mundo la despeinaba. Ahora él podía considerarse también un new yorker a pesar de ser un londinense que había vivido toda su vida en su ciudad de origen, ahora él era un new yorker que aún no se decidía a buscar un apartamento de soltero y seguía pagando un hotel barato al norte de Manhattan, una habitación que odiaba en un segundo piso - sin vista a la ciudad, mal iluminada y con una pésima ventilación - pero que le permitía espiar a Molly mientras se acercaba nerviosa a su puerta y se aprestaba a oprimir el timbre con el longilíneo índice de su mano derecha.
Abrió la puerta con la taza de té caliente en la mano, se saludaron con una sonrisa como si el mundo los estuviera observando, como si aún tuvieran que ocultarse del ojo público, como si fueran apenas dos chicos de 12 años y no un hombre y una mujer que ya habían superado la barrera de los 40 y los 30, respectivamente.
Como solía hacerlo, Molly se echó sobre la cama soltando su bolso y sus audífonos gigantes sobre el perchero. Se acostó boca arriba esperando que Jack empezara a besarla sin mediar palabra, sin regresar a su mesa de trabajo, sin recordar si había guardado o no el documento que estaba escribiendo. Su boca estaba un poco reseca, tenía un fuerte sabor a  té negro, su barba de una semana le hacía cosquillas al lado derecho del cuello y ella estiraba las piernas con felicidad para deshacerse de un tirón de sus zapatos. Completamente desnuda y arropada apenas por las caricias de Jack, Molly le preguntó si no iba a cerrar la cortina, a lo que él respondió que nadie podría verlos. Un par de personas pasaron por el corredor del frente mientras Molly se balanceaba sobre Jack y ni siquiera se inmutaron ni giraron la cabeza hacia el 201. 
Jack tenía un halo de trsiteza en el rostro a pesar de las muecas placenteras que siempre le regalaba. A lo mejor no estaba cómodo del todo con las cortinas abiertas, pero así era Jack y todo ese conjunto era su felicidad: estar desnuda con Jack en su propia habitación en Nueva York, con las cortinas abiertas como si estuvieran haciendo el amor dentro de una pecera o de un cubículo para reptiles en un zoológico, era Jack libre y entregado a ella y ella libre y entregada a Jack como tantas veces lo habían soñado en años de conflictos, de idas y vueltas, de reclamos, de besos, de largos silencios que podían durar meses y de noches esporádicas en las que eran uno solo única y exclusivamente si el anonimato se los permitía.  Ahora eran Jack y Molly, Molly y Jack; el uno para el otro sin necesidad de discutir cómo se querían o dónde habrían de vivir o qué habrían de hacer con el retraso en su periodo que aún no mencionaba. Esa era su felicidad, ese hombre que nunca fue terriblemente apasionado, que nunca fue celoso, que le daba de todo un poco, que era su amante, su amigo, su mentor, su consejero, todo lo que alguna vez había soñado y tantas veces había buscado en otros hombres.
El rostro de Jack parecía más apesadumbrado cuando ambos cayeron sobre la cama con la respiración agitada y el cuerpo sudoroso. Tratando de evitar alguna conversación trascendental dijo lo primero que se le vino a la cabeza:
- Me hiciste sudar y sabes que no es fácil, sabes que sudo muy poco.
Estiró las manos buscando unas mentas que traía en el bolso, puso una en su boca y otra en la boca de Jack quien se lo agradeció con un beso largo en la frente. Tratando de hacer hablar a Jack, mencionó que llevaba varios días repansando la discografía de The Killers, pero el silencio se mantenía. Cuando Molly acomodó la cabeza sobre su pecho esperaba cualquier cosa menos lo que Jack iba a decirle segundos más tarde sin parpadear y mirando fijamente al techo con una expresión de tristeza que ella nunca había presenciado en los años que llevaba de conocerlo.
- No vas a creelo, Molly. Visité al Dr. Johnson el viernes. Me estoy muriendo.

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