viernes, 15 de julio de 2011

Beardman

De niño quería tener una barba muy poblada, muy tupida. Hoy es un poco tortuoso tener que pasarme una y otra vez la cuchilla por la cara. Primero va en el sentido en el que crece el pelo, después de abrir los poros con vapor de agua caliente; luego en sentido contrario con cuidado de no cortarme o de lastimarme la cara por pasar la máquina muchas veces. Una afeitada exitosa es un evento escaso y casi siempre lo tomo como un buen augurio. No podría tener un trabajo en el que tuviera que ponerme corbata o afeitarme todos los días. Ahora sólo me afeito cuando voy a tocar o cuando voy a salir con una mujer que me gusta. Y sí, puedes tomarlo como un cumplido.
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Quería verte porque te extraño a pesar de todo, porque quiero saber cómo va tu vida sin mí, porque quería contarte que mi gata se paraba frente a la puerta cerrada de tu habitación después de que te fuiste. Me alegra saber que has tomado el control de tu existencia, que sonríes con optimismo, que pagan bien tus escritos, que estás componiendo de nuevo y que tienes planes de futuro, que podemos sentarnos a almorzar tranquilos un viernes en un lugar neutro y sin tocar aquellos temas dolorosos. Supongo que vamos a despedirnos con un abrazo largo y que durante unos segundos dejaré de sentirte distante y frío. Ya no tendré que preguntarte si aún te emociona verme. Tu barba de dos semanas me lo dice todo.

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