viernes, 15 de julio de 2011

Caballo de Mar

Nos perdemos a diario en los lamentos proferidos por todo aquello que no tenemos. Pensamos en el carro que quisiéramos mientras nos empujan en un bus, en la mujer que desearíamos mientras nuestra esposa ronca en la otra mitad de la cama, en las fortunas incalculables de personas que consideramos más afortunadas por aparecer ebrias y bien maquilladas en los documentales de VH1. Queremos la vida fabulosa de alguien más y perdemos de vista nuestras propias fortunas.
Cuentan mi papá y mi mamá que en 1984 iban a separarse. Discutieron por alguna tontería sin percatarse de que yo los estaba escuchando mientras jugaba a solas con mi amigo imaginario. Dice mi mamá que me acerqué y les dije que no dijeran esas tonterías, que por favor se quisieran mucho, que yo quería un hermano para jugar fútbol. No había llegado ni a los tres años de edad y este par de adultos decidieron hacerme caso. En enero del 85 nació Manuel. Recuerdo claramente la noche en que mi mamá se fue para la clínica y recuerdo estar sentado junto a él cuando regresó a casa.
De niños jugábamos fútbol en el patio de la casa pero nunca fuimos muy buenos. Un día descubrimos que la música nos permitiría hacer algo notable. Aprendimos a tocar la guitarra vieja de mi papá, armamos una banda, nos fuimos de la casa.
Recuerdo estar sentado a la orilla del mar, en Santa Marta, hablando con Manuel de lo que la vida nos traería en Bogotá. Habíamos tomado cerveza en un bar rockero del rodadero y se me vino a la cabeza la imagen de un caballo que se hundía en el mar. Esa imagen ilustraba algún texto de mi libro de español de segundo de primaria, se estaba ahogando y nadie podía hacer nada para salvarlo.
Nada como la fortuna de tener a mi hermano, de tocar guitarra juntos y escribir alguna canción nueva, de llamarnos a ver cómo está el otro, cómo lo trata la vida y qué planes tenemos para este fin de semana.
Nos perdemos a diario en los lamentos proferidos por todo aquello que no tenemos. Llueve y el medio día se acerca. Pienso en la fortuna infinita de ser el hermano de Manuel Naranjo.

1 comentario:

  1. Se es aún mas afortunado cuando se tiene la posibilidad de valorar esas grandes fortunas.

    Yo por ejemplo tengo la fortuna de contar con mi familia y mis amigos.

    Con los años (y gracias a ellos) he aprendido a valorar ser yo misma con todas las metamorfosis.

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