viernes, 14 de enero de 2011

Floricultura en la segunda década del siglo XXI (Una aproximación de poco rigor teórico)

"No sé, Juan. No sé qué es lo que no me gusta de ella. Tiene algo en la mirada. Cuando habla mira siempre para otra parte. Es una mujer que demanda y demanda pero a cambio no da sino belleza. Como una flor."

"Sembré una flor sin querer..."
Desde el momento en que mi papá compró su primer carro, habiendo pasado ya los 30 años, nos exponía a su música en cualquier viaje. Manuel y yo éramos niños y mi mamá jamás en la vida se había puesto detrás del volante. Si el dueño del carro conduce, el dueño del carro pone la música, así que cargábamos dentro del carro una cajita con cintas variadas, que tenían tangos, boleros, rancheras, baladas y cierta música infantil que Manuel y yo empezamos a desechar desde mucho antes de terminar la infancia.
Mi tío Danilo tenía un local en Santágueda llamado El Triángulo, que le había dejado mi abuelo al morir. Antes de la popularización de la fonda, antes de los malos manejos, antes de que el dinero empezara a escasear, El Triángulo era el lugar para ir a bailar si estabas pasando el fin de semana en alguna finca o alguno de los conjuntos privados y en ese ambiente caluroso y bohemio mi hermano y yo aprendimos a escuchar cosas que otros no podían o no tenían que escuchar.
Mi tío tenía en El Triángulo dos paredes llenas de elepés, y cuando la gente se iba o cuando apenas pasaba el medio día ponía la música que a él le gustaba. Si el dueño del local está, el dueño del local pone la música y tiene dos paredes repletas para escoger lo que él quiera.
A nosotros nos tocó el Land Rover y las incómodas camionetas viejas, a las gemelas los Renault nuevos que mi papá sacaba del concesionario de forma casi compulsiva. Cuando me metí de lleno en la salsa y el rock and roll, cargaba mi walkman para no escuchar la música que ya no lograban imponerme los mayores y hacer así un poco más soportable el calor de Santágueda, que en aquellos años empecé a detestar. 
"Mis amigos me dijeron: Ya no riegues esa flor.
Esa flor ya no retoña. Tiene muerto el corazón."
Terminó la adolescencia, me fui de Manizales, la línea capilar empezó a retroceder, aparecieron las primeras canas en mi cabellera negra, me salió bigote, olvidé el periodismo y me autodenominé músico y escritor.
Hace unos días le pregunté a mi papá cómo se llamaba esa canción que hablaba de un tipo que tenía una flor y la regaba y la regaba y la flor no retoñaba. ¿Por qué? Porque darse totazos contra el mundo, invertir amor y energía en proyectos que fracasan, todo eso hace parte de volverse un adulto y es ahí cuando uno regresa a la música de sus padres.
Muy probablemente ahora que llegue a los 30 entraré en una nueva adolescencia y hasta me dará por comprar un carro e imponer mi música a los pasajeros. Supongo que en el iPod que lleve en el vehículo también habrá algunos megabytes para Pedro Infante. No dejaré de llevar gérberas y lirios a mi casa, pero es poco probable que vuelva a regar con mis lágrimas flores que no retoñan.



3 comentarios:

  1. Mi papá siempre nos dejó a Julia y a mi poner lo que nos gustaba, era una de las rarezas de él, mis amigas me lo hicieron notar desde esa época... todos los papás imponían su gusto y el mío compartía ese espacio; oíamos un ratico lo de él y mucho tiempo lo de nosotras. Será por eso que la música de mi papá (tangos y música clásica sobre todo) siempre me ha parecido también la mía... la verdad.

    Qué envidia esas paredes llenas de discos.

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  2. Vaya forma de escribir la suya...
    la tristeza y el desamor
    transformándose en alguna otra cosa...

    Un abrazo.

    Silvi.

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  3. "Transformándose en alguna otra cosa". Eso es lo importante Silvi. Y de eso vivimos, ¿no? Las canciones no se escriben solas y las drogas nunca son suficientes. de hecho no son necesarias. Nada como la dopamina, las endorfinas y todas esas hormonas estimuladas por las múltiples aristas del amor como para sacar armonía y palabras de las tripas.
    Me encanta leer los comentarios de este par de señoras cantantes.
    Un abrazo, colegas.

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