miércoles, 5 de enero de 2011

No me gusta el sol


Ahí estaba yo, en el tendido de sombra, viendo cómo se rostizaban los asistentes a los tendidos baratos de sol, cómo trataban de sofocar el calor con sus sombreros aguadeños, con sus abaniqueos desesperados, con sus bebidas alicoradas. Yo me concentraba en el toro, me concentraba en el movimiento de la muleta, aplaudía silencioso sin musitar ni siquiera un olé, conmovido por dentro, prometiéndome volver cada año a mi tendido de sombra. Pero eso fue en los noventas, cuando éramos gente bien, gente de plata, cuando comprábamos 10 abonos en los tendidos de sombra para ir con los amigos de mi papá. El dinero se fue agotando y fue mayor la afición, así que empecé a ir a los tendidos baratos de sol y veía cómo en el tendido de sombra estaban todos frescos, cómo sentían compasión por nosotros que sudábamos más que cualquier torero y tratábamos de refrescarnos con las bebidas alicoradas y los abaniqueos desesperados.
Ellas se acostaban boca arriba junto a la piscina, esperando que el sol les dorara la piel, mientras nosotros pensábamos en el cáncer y no salíamos de la sombra y nos embadurnábamos en bloqueador solar. Me encantaba nuestro color de piel uniforme, tan blanco en el cuello como en las nalgas, sin esas horribles marcas que dejan los vestidos de baño. Si no fuera tan peludo la gente notaría que mis piernas no son blancas sino verdes, pero así me sentía bien. Muy bien.
Un día me gustó esa morenita que se veía mejor cuando pasaba por la playa o la piscina. Me tiré junto a ella al sol esperando un milagro en la espalda. Me quedé dormido y hoy parezco un reptil mudando de piel. 
Tal vez el sol no es para mí, tal vez el sol es para las maticas que necesitan hacer fotosíntesis. Yo prefiero la sombra, prefiero la noche. Pocas cosas buenas pasan al medio día.

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