lunes, 3 de enero de 2011

Anotación al miércoles 3 de enero de 2007


Salimos antes de las seis de la mañana. Parecía increíblemente agotador el solo hecho de bajar todas tus pertenencias desde el tercer piso en que vivías y tratar de acomodarlas adecuadamente en una camioneta de estacas. El conductor parecía un buen tipo y la mañana despuntaba en Manizales, tocándolo todo con una luz azul que no se decidía a ser nostalgia u optimismo. Antes de llegar a Fresno paramos a desayunar. No había mucho que conversar con el conductor, así que hablamos de cualquier trivialidad mientras yo me tragaba el miedo con chorizos y aguadepanela con queso. Casi siempre hay un tráfico pesado en la carretera que de Manizales lleva a Bogotá y viajar en ese carro particularmente incómodo no era un plan placentero. Te miré y sudabas. Te veías hermosa con las mejillas sonrojadas por el calor. Siempre amé cómo lucías cuando el clima te cambiaba la cara. El carro sonaba mal y la cara del conductor no lucía bien. Justo antes de llegar a Guaduas nos varamos del todo. Un tipo se ofreció a llevarnos y ahora teníamos que pasar tu cama, tus muebles, tu ropa y todas tus canastillas repletas de libros de una camioneta a otra. Emprendimos la marcha con un nuevo conductor no mejor ni peor que el anterior. Al llegar al puente de la calle 80 el tipo recordó que había pico y placa, así que tuvimos que esperar tres horas antes de poder entrar a Bogotá. Vi caer la tarde. El miedo se iba diluyendo lentamente y se convertía en la expectativa de llevarte a casa. Serían casi las 10 de la noche cuando subimos todas tus pertenencias hasta el tercer piso donde yo vivía.  No había nadie más en el apartamento y parecía que tampoco hubiera nadie en el edificio. Organizamos un par de cosas, tendí mi cama, nos bañamos juntos, comimos algo y luego nos acostamos a dormir. Hablábamos del trabajo que conseguirías, de las cuentas, de las rutas de buses, de cómo acomodarnos en esta ciudad después de tantos años separados. No recuerdo si hubo sexo, me gusta pensar que sí a pesar del cansancio.
Nos fuimos quedando dormidos lentamente. No recuerdo tampoco si antes o después había sido tan feliz. Tenía 25 años y la vida era perfecta.
Providencia, puede ser azar. Donde estemos juntos será nuestro hogar.

2 comentarios:

  1. Esta es de las entradas más bonitas que he leído. Me imaginé todo el paisaje y se me alborotó el enamoramiento.

    Eso es lo bueno de las historias conmovedoras: son con uno aunque no sean con uno.

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  2. Yo lo escribo para que no se me olvide. Alguna vez en la vida fui así puramente feliz. Es posible. Yo ya lo viví y puede volver a suceder.

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