domingo, 27 de febrero de 2011

Buscando Guayaba

Esta chica está buscando novio. Vive en función de conseguir una pareja. Sale varias veces por semana, se la pasa en Messenger, en Facebook, no se despega del chat de su teléfono inteligente y dedica gran parte de su día a urdir planes macabros con sus amigas.
Le duele la edad, se queja constantemente porque todo el mundo está emparejado menos ella. Le parece un horror llegar a los 30 años soltera y para ella es más criminal no tener novio que no tener trabajo.
Un día, harto de escuchar sus lamentos de pseudo-solterona le dije: "Eso no se busca. Deje de buscar y verá le llega. Salga, diviértase, conozca gente, pero no tenga en la cabeza que está buscando pareja. Va a terminar encarretándose con medio Bogotá, con una imagen ineludible de muérgana y sin novio".
Mis palabras cargadas de simpatía parecieron entrarle por una oreja y perderse en el vacío, donde el sonido no se propaga. Ella sigue buscando novio.
Las pocas veces que he estado enamorado en la vida - así felizmente enamorado - ha sido precisamente cuando más desesperanzado me encuentro, cuando tengo ganas de cualquier cosa menos de compartir mi vida con alguien.
El amor llega y lo agarra a uno de un tobillo cuando va trotando, se camufla entre la multitud, se mete en el cuerpo de una amiga que uno nunca había visto ni siquiera ligeramente atractiva, se sube las gafas en una librería, deja caer sus pertenencias en un Transmilenio medio vacío, muestra sus tarjetas de presentación en la bandeja de entrada del correo electrónico.
Si mis palabras no fueran menos que ruido para esta chica, le aconsejaría que se enamore de ella misma, que se dé cuenta de lo que vale a solas, que se convierta en alguien que valga la pena para que encuentre un día - en un cafecito del centro o en el árbol de guayabas de un solar viejo - el tipo que está buscando ahora.

1 comentario:

  1. A veces es suficiente tanto autoenamoramiento y se torna necesario compartirlo con alguien.

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