martes, 26 de abril de 2011

Home Alone

1. Salí de mi casa a los 21 años. En aquel momento no me pareció nada heróico ni un gran reto. Era lógico salir de la universidad e irme de mi casa y de Manizales para lograr lo que quería lograr. ¿Qué tenía de heróico salir de mi casa a los 21 cuando mi hermano se fue a los 18 y mi papá huyó de la suya con un circo a los 12?
Cuando volvía a Manizales y me reencontraba con mis amigos, que seguían acomodados en la deliciosa maternalidad de su casa, no sentía la distancia. Ahora sí la siento.
2. El miércoles en la noche nos sentamos a jugar Risk. Santiago y Diana (30 y 30) llevan varios años viviendo juntos, Paula (30) ha vivido toda la vida en su casa con sus papás y sus tres hermanos menores, Cristina (29) vive sola y yo (29) estoy acostumbrado a cambiar de compañeros de apartamento como de cepillo de dientes.
Dijo Cristina que cualquiera de los psiquiatras que trabajan con ella se deleitaría leyendo nuestra forma de jugar y la manera de acomodar los ejércitos por fuera del mapa: La ayuda cómplice entre Diana y Santiago, la manera en que Paula defendía sus posesiones en Asia, la tranquilidad de Cristina para retar a cualquiera de sus vecinos y la forma en que yo expandía y fortificaba mis posesiones en el frente.
3. Me encanta sentarme a charlar con mi papá, a hablar con él de música, a oír cómo se queja del Once Caldas y de lo malas que son las corridas que pasan cada sábado en TV Azteca, que me cuente sobre los medicamentos que toma y los tratamientos que le hacen como si yo entendiera perfectamente el funcionamiento del cuerpo humano (a veces me hace preguntas que debería hacerle a un médico internista). Me encanta oírlo contar chistes y sentir que hablamos entre adultos, de hombre a hombre. Cuando mi papá se fue de la casa a mi se me rompió algo, se me acabó la infancia y esa relación de hombre a hombre se configuró de forma casi inmediata. Aunque me pagó la universidad y me ayudó económicamente durante mis primeros años en Bogotá no volví a consultarle ninguna de mis decisiones desde aquella ruptura, simplemente le cuento qué voy haciendo con mi vida y de buena gana - o no - lo acepta. La última vez que estuve en su casa vi a mi hermano Alejandro pedirle permiso para ir a una fiesta de 15. No entendí.
4. Me gusta acostarme y poner la cabeza en las piernas de mi mamá para que me sobe el pelo, olvidar que voy a cumplir 30 y ella 50, sentirme de nuevo como el niño al que ella le enseñó a leer, a escribir, a cantar y a lavar a mano sus propias medias. Una vez me insinuó que quería venirse a vivir a Bogotá con mis hermanas para que estuviéramos de nuevo todos juntos. Le dije que sería bonito estar de nuevo en la misma ciudad pero que ya no podría vivir mi cotidianidad en su casa. Se entristeció un poco. Meses más tarde me dijo que su plan había cambiado, que envidiaba un poco mi autonomía, que ella siempre había sido la hija de alguien, la esposa de alguien, la madre de alguien, que quería estar a solas y conocerse, que le encantaría probar la marihuana antes de cumplir los 50.
5. Y tengo amigos que ya pasaron la barrera de los 30 y siguen ahí, felizmente acomodados en la cálida maternalidad de sus casas. Y tienen quién les lave la ropa y les prepare la comida, y están pagando un carro o un apartamento o - en el caso más cómodo - una o dos facturas. Y tienen que buscar espacios de privacidad para el sexo (pagan moteles, se van de paseo) y no pueden despertar acompañados en su propia casa y muy seguramente van a salir de allí a un pequeño apartamento que compartirán con su esposo o su esposa y cuando lleguen a la edad de mi mamá van a llegar a la misma conclusión: Siempre he sido el hijo de alguien, el esposo de alguien, el padre de alguien. Hay días en que los envidio (como anoche cuando quería recostar mi cabeza en el regazo de una mujer - no necesariamente mi mamá - para que me sobara el pelo), pero casi siempre los compadezco.
6. La complicidad de Elsa y Lucho me hace feliz. Este apartamento está a toda hora lleno de música. Siento que estoy viviendo uno de los mejores momentos de mi vida.
7. Un niño está listo para pasar de una manada a una tropa Scout cuando puede pasar una noche a solas. Si sabe hacerlo todo bien, el lobato recibe la insignia de Lobo Rampante. Tengo 29 años y ya puedo poner la imagen del lobo en mi guerrera.

2 comentarios:

  1. Qué sentimentalismo tan horrible... lloré. Yo creo que a los 36 y viviendo sola todavía no puedo hacer eso, me siento para muchas cosas un desastre que medio agarra la vida y la ordena, me tiro duro porque sé que no es así, pero a veces siento que las facturas me embisten y que no soy suficiente malabarista para la cantidad de cosas que hago, pero eso sí, cada vez le sumo más maricadas a lo que tiro para arriba. A veces me provoca soltarlo todo y volver a empezar con solamente una naranja.

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  2. Siempre lo pones a pensar a uno, a recordar, aunque yo no logro recordar una conversación de algún tema importante con mi papá, no recuerdo haber compartido mas de medio día con el, no recuerdo haber compartido mucho con mi mamá, nos tuvimos que separar hace muchos años, y compartir a través de un teléfono no es igual.

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