lunes, 25 de abril de 2011

Julia (Un cuento musical)

Casi todas las noches llego a mi casa y por más que esté exhausto empiezo a escribir mientras me tomo un ron. A veces me sorprende la madrugada y es casi hora de ir a abrir la tienda, pero es que no quiero volver a Cali con las manos vacías, no quiero regresar con el rabo entre las patas. La escritura es un ejercicio, una disciplina, es como hacer miles de flexiones de pecho para hipertrofiar ese músculo que algún día pondrá mi nombre en letras de molde en Broadway (no me conformaría con un Off Broadway, no me conformaría).
Cuando me miro al espejo, el ascenso de la línea capilar me recuerda que ya crucé de largo la barrera de los 30, que la pelea que tengo casada con esta ciudad no es una contrarreloj sino una prueba de resistencia, que Nueva York es mi amante y a la vez mi enemiga, que todos los días me levanto para conquistarla y también para vencerla. Salgo a trabajar en la tienda después de dormir muy poco y cuando cae la tarde los últimos rayos del sol me emocionan. Pienso entonces en Julia.
Ahora es verano y anochece después de las nueve cuando la gente ya ha empezado a entrar al bar y a tomarse las primeras cervezas, pero alrededor de las seis el corazón empieza a darme los primeros avisos.
Casi todos los días la veo llegar con su maletita de ejercicios llena con lo que sea que usen las chicas que bailan ballet. La puerta se abre y ahí está la silueta de Julia, pequeña, delgada, fina y delicada como un suspiro, como una tarde de domingo en Soho.
A la media noche el tráfico en el bar es bárbaro y Julia parece bailar entre las mesas, recibiendo propinas, tomando pedidos, mientras yo finjo interés en las historias de los borrachos de la barra que beben y comen maní. Ayer tenía la noche libre y sabía que Julia no estaba, que llegaría directo a sentarme en la barra a tomarme un ron y a comer maní sin querer contarle nada a mi propio reemplazo. Pensarán que sería mejor descansar, llegar temprano a casa y pasar la noche frente a la máquina de escribir ganándome la letra de molde en Broadway, pero la vida está en seguir el instinto, en irse de bruces hacia donde te lleve el olfato. No esperé por Julia, descansé de la excitación hasta que ella descargó en el suelo su maletín de ejercicio y se sentó a mi lado.
- Un día de mierda dijo - antes de pedir un whisky y empezar la conversación que nunca antes tuvimos.
Cuando bailamos le hablé de Juanchito y ella me contó historias de sus padres que fueron jóvenes en Ponce. Hubo un punto de giro, una fractura en el destino escrito, una evolución histórica que coincidió con la presión de mi mano derecha sobre su cintura. La sentí toda morena, pequeña, delgada, fina y delicada como un suspiro, como una tarde de domingo en Soho.
A esta hora canta en la ducha y piensa en qué mentira le dirá a sus padres. En breve la veré entrar por esa puerta, envuelta en una de mis toallas y pensaré que tal vez tengo otra razón para lograrlo, para quedarme. Julia no va a conformarse con menos, todo esto es un ejercicio, miles de flexiones de pecho, un paso adelante, cada vez más cerca de su nombre y el mío en letras de molde en Broadway.

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