sábado, 9 de abril de 2011

Parálisis del sueño

Nachtmar - Johann Heinrich Füssli
A esta hora ya no hay ruido porque toda la ciudad está dormida. Todos, absolutamente todos. Los pájaros, los perros, los vigilantes de los edificios, los taxistas que recorren las calles en una vigilia ficticia, los ladrones que ya se hartaron de buscar víctimas, las prostitutas que descansan bajo el peso de un borracho. Todos duermen menos los gatos.
Estos tres gatitos pequeños recorren el barrio todas las noches y me parece que son hermanos. Están parqueados afuera del edificio cuando apago la luz y me meto a la cama. Ya sé qué es, pero siempre será incómodo y aterrador. La sensación asciende por las piernas y por los brazos y cuando trato de reaccionar ya es tarde y mi cuerpo es una roca inamovible, una prisión que me duele y que trato de romper con gritos pero a duras penas hay un jadeo molesto. Siento el demonio en los tobillos, es una sombra negra que me da frío y me acaricia las piernas, el vientre, el pecho. Empieza a susurrarme secretos espantosos al oído y su saliva me humedece el lóbulo de la oreja izquierda. Las sombras en el techo toman forma: son dos niños en el patio que juegan y cantan canciones. Somos mi hermano y yo y alguien viene por nosotros. No se detiene la voz del demonio y aunque ya sé qué es tengo mucho miedo. No puedo hacer nada por ellos, no puedo gritarles que se vayan, que alguien viene, no puedo moverme, pararme de la cama y llevarlos a un lugar seguro. La saliva fría de Satanás entrando por mi oído, su voz que me susurra secretos espantosos, la respiración cada vez más difícil y agitada, todas las cuerdas de una orquesta yendo desde la nota más grave hasta la más aguda hasta que el demonio explota, los niños desaparecen, tengo las orejas secas, el aire entra hasta el fondo de mis pulmones y logro moverme de repente. 
Ya sé qué es. Quiero dormirme, tengo mucho sueño, pero tengo miedo.

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