sábado, 2 de abril de 2011

Sueños Raros

Llegué de visita pero terminé quedándome. No estábamos seguros de si éramos novios o algo así pero toda la gente alrededor parecía asumirlo, particularmente tus tres compañeras de apartamento (sobre todo Victoria). El edificio era endemoniadamente alto y ustedes vivían en el último piso. Supe que estábamos en Gibraltar porque una tarde me dijiste: 
- Mira cómo cae la tarde sobre Europa - y llevándome al ventanal del lado opuesto - y ahora mira cómo cae sobre África.
Nos pasábamos las mañanas caminando por la playa, las tardes leyendo y en las noches solíamos preparar algo distinto para comer, mientras tus compañeras de apartamento buscaban siempre una fiesta distinta (sobre todo Victoria).
Cuando Beto, Jose y Robledo fueron a visitarme terminaron quedándose también, así que rentamos un apartamento en el undécimo piso. Caímos en la rutina de buscar una fiesta cada noche, también. Parecía como si todos los días fueran un sábado, un sábado tras otro; éramos terriblemente irresponsables aunque yo sacaba tiempo para mantenerlo todo en orden (sabes que odio tener platos sucios o salir de mi casa dejando la cama destendida).
Una tarde, mientras veíamos el atardecer en el Muelle Sur me miraste con una solemnidad aterradora y dijiste: 
- Es hora de volver.
Y sonó el despertador.

3 comentarios:

  1. Salir de casa y dejar la cama destendida debería considerarse un crimen.

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  2. Yo estaría condenada a cadena perpetua, nunca la tiendo

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  3. Antes no me importaba, pero ahora lo que a mí no me deja en paz es el mismo "uno nunca sabe" que me impide ponerme medias rotas o unos boxers viejos. Y no estoy hablando necesariamente de encuentros sexuales inesperados: puede uno terminar llevando a la casa a una persona que apenas conoce o sufrir un terrible accidente y ser atendido por un equipo de paramédicos criticones, casos en los cuales la cama destendida o la ropa interior desgastada me matarían de vergüenza.

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